11 jun 2014

Cuento | 'TRÍPTICO DIRECTO: PARTE 1 - PARALLAX'

TRÍPTICO DIRECTO
por Joel Cavaleri

Tres historias interconectadas inspiradas en temas musicales. Tres acompañamientos textuales, pasados de un formato experimental guión a relato, de tres joyas del productor “Direct”: “Parallax”, “False Dawn” y “Wanna Know You”.


PARTE 1.
 PARALLAX

La noche invernal estaba oscura, y ya era tarde cuando ella salió de su trabajo. Había sido un día agotador, y ella sentía que merecía un largo descanso. No podía esperar hasta llegar a su casa y acostarse. La rutina para cerrar el negocio era siempre la misma. Acomodar todo, cerrar las ventanas, trabar la puerta con llave, y luego era libre para irse. Quitarle el candado a la bicicleta, abrigarse bien, poner la mochila al hombro y algunos de los libros que no entraban allí en el canasto, los auriculares en las frías orejas, y luego salir; siempre lo mismo. Hacía tanto frío que podía ver su propio aliento, y el centro de la ciudad parecía más desolado que de costumbre. Estaba tan tranquilo que ni se molestó por esperar en el semáforo. Todo lo que la retrasara hasta su cama no valía la más mínima pena ni un segundo extra. Aún así, no se esforzaba mucho en pedalear. No quería cansarse, por lo que no le aplicó mucha fuerza a los pies. Mientras la llevaran hacia adelante, ¿para qué habría que sufrir? No, con ese lerdo pero no-pausado andar le bastaba.

La música la distraía y a la vez la mantenía despierta. No era un momento para escuchar nada particularmente movido, sino algo más melódico, tranquilo y sin mucho sentido. Nada que la hiciera pensar, ni recordar, ni hacer sentir mal por no tener un romance como el de las bellas letras de otras canciones en su reproductor. Solo algo en otro idioma, que sonara lindo pero que no pudiera entender ni seguir. No quería saber tampoco cuántas cuadras faltaban o cuántos minutos tardaba en llegar. Nada que la preocupara ni que le demandara algún mínimo esfuerzo. Dobló por dónde siempre y se fue acercando a la plaza. Cuando hacía una noche tan helada y llena de neblina y silencio como esa, la plaza le llamaba. Nunca se consideró masoquista, pero no hay nada malo en querer pasar por algún lado en un momento así, dónde no hay nadie más para disfrutarlo que uno mismo. Nadie que moleste, que señale algo que le guste y a ella no, que resalte algo obvio o que hable cuando uno solo quiere contemplar y no pensar en nada más. Los juegos solos, apenas mecidos por el leve viento, eran como una obra de arte. Casi podía sentir las cadenas de la hamaca heladas y apretadas bajo su puño, la húmeda escalera del tobogán, el quejido de las bisagras del subibaja.

Ese lugar le traía todo tipo de recuerdos. De su infancia, de tardes pasadas junto a sus padres, sus hermanos. De noches de verano en la adolescencia, cuando irían allí con sus amigos solo a pasar el rato. Y de grande, hacía no mucho, reuniéndose con compañeros de la facultad para tirarse un rato en el césped y “leer” o “estudiar” algo de lo mucho que tenían que. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero pronto se borró. ¿Eso que le pareció ver fue verdad? ¿Una sombra se movió detrás de aquellos árboles? Ella pedaleaba ahora por entre los juegos, en un caminito de colores que atravesaba la plaza en diagonal, algo asustada. La sombra se movía rápida, inhumana, casi demoníaca. No podía ser verdaderamente solo una sombra de algo. Era una cosa…con vida. Que la miraba desde un lado, y cuando ella volteaba para ver qué era, volvía a moverse, a transportarse, a posarse y aguardar por ella. La muchacha no se había detenido, consumida por el terror, sino que avanzaba lo más rápido que podía para poder alejarse de allí cuando antes. Pero de repente, algo la hizo detenerse bruscamente. La sombra había decidido posarse justo frente a ella, como una figura humeante, un espectro, una horrible cosa uniforme que no terminaba de materializarse. La bicicleta respondió demasiado bien a los frenos y la llevaron impulsada hacia adelante, haciéndola caer. Los libros se desperdigaron por la pequeña acera y unos fueron a parar al pasto, pero ella estaba preocupada por aquel demonio incorpóreo que se le había detenido a solo unos metros.

Sin embargo, cuando quiso ver si se encontraba allí, se llevó un gran susto al ver que había vuelto a irse. ¿Podría su agotada mente estar jugándole una trampa, una terrible broma? Todo a su alrededor lucía normal ahora. Desolado, frío y vacío, pero corriente. ¿Lo habría imaginado todo? Decidió que no había razón para permanecer un segundo más allí. Recogió todo lo más rápido que pudo mientras echaba constantes miradas hacia todos lados, muerta de miedo, y emprendió viaje de inmediato. Ahora sí contó las cuadras que le faltaban, y se preocupó por pedalear a toda la potencia que le dieron las piernas. Se sentía perseguida, vigilada, asechada, y se imaginaba a la sombra apareciéndose a su lado a cada segundo. Estaba tan sola. Deseaba vivir con alguien en su casa y que la estuviera esperando para confirmarle que la alucinación era por el cansancio y que todo estaría bien. Pero por más que intentara decírselo a ella misma, no podía sentir o imaginarse que todo fuera a estar bien. Tenía miedo como pocas veces había tenido. Su corazón se comportaba como un frenético colibrí en su pecho que quería salir y aleteaba sin cesar, pero ya faltaba poco para que todo terminase.

Una pastilla para dormir, dos quizás, y asunto resuelto. Dormiría con la luz prendida, tapada hasta la cabeza, y todo desaparecía. Ya había pasado, no había porqué sentirse así. Cuando llegó a su casa y entró su bicicleta apurada como si la sombra la estuviese siguiendo aún a solo pasos de distancia, la encontró calentita y familiar, justo lo que necesitaba. Cerró la puerta con doble cerrojo y hasta acercó un sillón allí para reforzar las trabas. Creyó que estaba siendo por demás de paranoica y que al otro día probablemente se reiría de todo, pero en ese momento sentía que todo lo que la alejara del exterior era bienvenido. Ahora sí. Ya estaba, ya había pasado lo peor. A medida que avanzó hacia su cama encendió todas las luces que pudo, y hasta encendió la radio y la dejó bajito para que le hiciera de ruido de fondo. Descalzarse, desvestirse, fue cuestión de un instante. Cuando se acostó, sintió que comenzó a llover. ‘’Genial, más ruido de fondo’’, pensó. Se tomó la pastilla para dormir y procedió a cobijarse lo más que pudo y armarse un refugio bajó las sábanas. Recuerdos de su infancia y haber hecho lo mismo alguna vez le vinieron de repente, pero no se sintió avergonzada esta vez. El calor, la oscuridad, la sensación de protección y sueño hicieron efectos en ella rápidamente.

Despertó a mitad de la noche cuando un fuerte trueno se oyó afuera de su casa y el relámpago iluminó por un momento la habitación. Abrió los ojos y se encontró con que la tormenta había causado un apagón, ya que la música de la radio y las luces de la pieza y la casa estaban apagadas. Se descubrió la cabeza y miró la hora en el teléfono que había dejado sobre la mesa de luz y descubrió que eran las cuatro de la mañana. Cuando otro trueno se dejó oír por el firmamento, la electricidad regresó repentinamente. Ella escuchó la radio volver a funcionar pero no sintonizar ninguna estación y quedarse reproduciendo la estática, y volvió la cabeza de nuevo al lado hacia donde estaba durmiendo, para que su corazón diera un vuelco y sintiera que moriría justo allí. La sombra había reaparecido en un instante y estaba a dos centímetros de su rostro, con aspecto cadavérico entre su borrosa figura. El negro espectro abrió sus fauces, y el cuerpo de la muchacha no le respondió. No pudo cubrirse, no pudo gritar, no pudo evitarlo, no pudo defenderse de ninguna manera ni salir corriendo. La luz de la habitación se desvaneció cuando el monstruo la introdujo en su boca, dentro de sí; y cuando -en esta vez lo hizo de verdad y muy asustada- la penumbra se volvió en tan solo un instante todo aquello que pudo ver, sentir y respirar…


Despertó.

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