18 jun 2014

Cuento | 'TRÍPTICO DIRECTO: PARTE 2 - FALSO AMANECER'

TRÍPTICO DIRECTO
por Joel Cavaleri

Tres historias interconectadas inspiradas en temas musicales. Tres acompañamientos textuales, pasados de un formato experimental guión a relato, de tres joyas del productor “Direct”: “Parallax”, “False Dawn” y “Wanna Know You”.

PARTE 2. 
FALSO AMANECER

“Cuando todo se reduzca a la vida y la muerte,
Podrás sentir que no hay nada más.
En vez de amar, confiar y reír, obtienes
 ‘Y vivieron felices por nunca jamás’.
Pero a pesar de todo, lo que quieres es amor
Uno puro, como con el cual todos hemos soñado
Más no podemos escapar de nuestro pasado,
Y nunca lo haremos: vos y yo, nunca funcionamos”.
Marina Diamandis

Estaba en la plaza. Imágenes rápidas de los juegos abandonados, siendo mecidos por el viento, pasaban por el rabillo de su ojo pero ella no les prestaba atención. El sol se dejaba ver entre los árboles, brillaba sobre el rocío del pasto, sobre la fuente y los pájaros que volaban hasta allí para un baño matutino, pero ella caminaba sin que nada de eso le importase. Ese lugar le gustaba mucho, y la hacía sentir bien el hecho de que ahora todo se veía normal y nada macabro como en su sueño la noche anterior. Vaya susto se había pegado, pero ahora no había peligros. Nada se ocultaba detrás de los árboles, ni se asomaba detrás de la pared aquella, llena de grafitis. El camino por el que la muchacha caminaba se dividió cuando llegó a una pequeña esquina, y de repente se detuvo. En otro momento hubiera parecido una tonta, pero no había nadie que la juzgara allí. Consideró sus opciones. Miró para un lado, para el otro, sabiendo y teniendo bien en claro hacia dónde dirigían ambos caminos, pero no dio brazo a torcer. Continuó por el lado en el que venía, impoluta, y caminó con decisión. Alguien esperaba por ella y no podía darse el lujo de tenerlo esperando. No a él.
Cuando llegó a la calle deseada, se sentó en la parada de autobuses y encendió un cigarrillo. Recordando ese momento después, casi se podía ver a ella misma escupiendo el humo, esperando ansiosa, repiqueteando sus pies en el asiento y mirando para un lado y para el otro. El micro no pasaba ese día, ella estaba enterada de ello, pero había acordado encontrarse allí con una persona que ella quería mucho. Se estaba tardando demasiado, a decir verdad. Podría ser lindo, un buen candidato, atento con ella…pero estaba llegando tarde. Ella miró su reloj y luego de nuevo a ambos lados de la calle, pero nadie se asomaba. Luego de unos minutos se puso de pie y se dispuso a caminar, yendo y viniendo delante de la parada.  En un momento se sentó contra la pared del edificio que la precedía, se abrazó sus piernas, agachó su cabeza, hizo todo aquello que se le ocurrió para que el tiempo pasara, para no sentirse mal, para no aceptar la verdad…pero eventualmente tuvo que hacerlo. Si no contestaba y no aparecía, ella no merecía soportar esa humillación mucho tiempo más.
Si alguien la miraba llegar por la calle se encontraría a un demonio furioso, una mujer despechada que no sabía de lo que era capaz si el muchacho en cuestión decidía aparecerse de momento a otro después de aquello. Sus pies la guiaron solos hasta la plaza otra vez. Encontró un mísero banco y allí se plantó con tanta fuerza que pensó haberse herido el coxis, pero el enojo que sentía era peor que todo. Nada más importaba.
Cuando despertó al día siguiente y se desperezó, miró a través de la ventana. No le fue necesario levantarse de la cama para ello, no aún, pero tarde o temprano tuvo que hacerlo. Cuando visitó el baño un momento, se preparó un café en su taza de dimensiones generosas y regresó a la ventana al lado de su cama, se quedó un rato más allí, tranquilamente mirando y esperando que algo pasara. Era un día horrible, pero…no era eso lo que la hacía sentir así. Terminó su taza, se acomodó el no muy arreglado cabello detrás de los hombros y se cruzó de brazos, apoyando el lado derecho de su cuerpo en la cama mientras aún espiaba hacia el exterior. ¿Cuánto más debería soportar todo eso?
Esa tarde volvió a la plaza una vez más. Algo había allí que la hacía sentir mejor. Quizás el solo hecho de salir de su casa y despejarse la reconfortaba, pero no podía imaginarse un lugar mejor que en las viejas hamacas para estar. La pataleada hasta allá de por sí era terapéutica, ni hablar el sentarse en el mismo banco que el día anterior y fumarse otro cigarro por su cuenta, en sus propios tiempos, sin nadie que la molestara. Cuando se hubo hartado fue a hamacarse un poco. Recordó que cuando era niña nunca quería alejarse de ese lugar. Le resultó curioso como ahora solo podía hamacarse lentamente, ya que si lo hacía muy rápido le da daba náuseas. “Hay tantas cosas que cambian cuando uno crece” se dijo, y recordó una muy bella canción con una peculiar letra que decía: “Las chicas con sus rizos y su vómito gourmet; los chicos, sus juguetes y sus grandes cohetes. Todos somos adorables hasta que nos comenzamos a conocer, hasta que dejamos de hacernos amigos y nos hacemos amantes”. En inglés sonaba más bonito, pero el mensaje se dejaba entender. Todo se echaba a perder cuando comenzaba el amor. Que divertido.
Cuando se hartó, lo cual ocurrió y ocurría con facilidad, se levantó y caminó por el amplio espacio verde que había para recorrer y allí se tiró. El césped no estaba húmedo después de todo, y ella jugó a romper una flor y el césped mientras miraba alrededor en busca de alguien que jamás llegaba. Sentirse así la fastidiaba, y no podía permanecer mucho en un solo lugar. El siguiente destino fue una casita con tobogán y un pequeño balcón en dónde poder apoyarse. Era un juego para niños, pero detenerse allí, mirar hacia la lejanía y respirar el aire desde metros más arriba le sirvió.
Al caer la noche ella permaneció allí, sentada en el balcón con sus piernas colgando en el aire y la cara estacionada en un aspecto entre triste y abrumado. Los faroles de la calle cercana a donde ella se encontraba se encendieron de repente, y ella se preguntó si no había estado allí toda la noche. La sorpresiva luz artificial en su rostro le hizo pensar en el comienzo de un nuevo día que no había ocurrido aún; en un falso amanecer. Idiota era poco para describir como se sentía. ¿Por qué se aferraba tanto a una promesa que la experiencia le había enseñado a no creer? El falso amanecer se hizo de nuevo presente cuando el esperado finalmente apareció. Ella no se inmutó al verlo aproximarse, porque a esa altura ya poco le importaba. Disculpas, excusas, plegarias, perdón…era todo tan irreal. Si la quería allí tendría que haber estado, pero en su lugar, la chica había aguardado por él incontables horas y recién ahora tenía la decencia de aparecer. Imperdonable.
El monumento a un antiguo presidente fue su próximo escondite. Él casi la había arrastrado hasta ese lugar con más luz para hablarle de frente y explicarle cosas, pero ella no hizo más que aplicarle la ley del hielo más dura que pudiera interpretar. No intentaba vengarse, no quería hacerlo sufrir, solo no hablar. Ni con él ni con nadie, nunca más. O hasta que su cordura se lo permitiese.
Cuando el verdadero amanecer llegó la mañana siguiente, ella volvió a fijar la vista en la ventana por largos ratos. Una pareja de pájaros siempre acudían a su nido al mismo tiempo, siempre volaban lejos cuando el momento lo decía y siempre regresaban cuando había que hacerlo. No antes, no después, sin mentiras y sin disculpas. ¿Tan difícil era eso?

Se dice que la muchacha partió poco después y jamás regresó a su casa, pero tampoco se la volvió a ver. Podrían esperar sentados si querían hacerlo, pero ella jamás regresaría. Ella sí sabía cumplir sus promesas. Ese no sería otro falso amanecer. 

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