P R O F É T I
C O
William Brown
estará corriendo por la avenida Openwright el 3 de Junio del 2135. Anunciarán
que lloverá torrencialmente ese día, por lo cual él saldrá con apuro de que no
lo agarre el agua para cuando la tormenta estalle. La ciudad se encontrará algo
vacía para cuando él salga de su departamento, lo que le facilitará la corrida.
Estará oscuro por las altas horas de la noche y el cielo nublado, y la ausencia
de servicio eléctrico en el barrio no le aportará tampoco algo positivo. Correrá
veloz, sin pausa, pero en la oscuridad, respirando ese aire electrizante,
húmedo y cargado propio de la previa a la descarga de la tormenta. Se cansará
fácilmente, pero no podrá detenerse por más que su cuerpo se lo pida a gritos.
La ciudad, más
que vacía, podría decirse que estará desierta. Ningún vehículo, ningún peatón,
ninguna forma de vida desprotegida, y con razón. A nadie en su sano juicio se
le ocurrirá estar fuera a esas horas y con semejante pronóstico avecinándose, y
menos dejarán a la intemperie a mascotas o a las últimas especies vegetales que
queden. Cualquiera que se asome y justo vea a este pobre hombre corriendo por
el pavimento creerá que está loco de remate, no habrá otra opción, pero él no
desistirá ante ninguna advertencia que le dediquen. Tendrá bien en claro su
objetivo por más que los medios para llegar a él serán algo que tendrá que
decidir y llevar a cabo en el momento. William se sentirá tremendamente
desdichado, pero él sabrá que esa oportunidad que aún tendrá para arreglar lo
sucedido no la podrá desaprovechar por nada del mundo. Por ende, correrá con
todas sus fuerzas y dejará su corazón en la calle si es necesario, pero
llegará. Cuando llegue, sin embargo y a pesar de todo su esfuerzo, será
demasiado tarde.
***
Su hija saldrá
para la escuela el 1 de Junio de ese mismo año. Un día común, como cualquier
otro, en el cuál el transporte la levantará como siempre en la misma parada no
solo a ella, si no a diez compañeras más. Todas uniformadas, partirán en un
viaje de diez minutos a alta pero segura velocidad y llegarán a tiempo a su
destino. La jornada transcurrirá como siempre, con sesiones de una hora de
aprendizaje neuronal, y el casco las dejará despeinadas cuando se los tengan
que sacar, pero el tiempo libre del recreo les permitirá arreglarse
innecesariamente para cuando vuelvan a las salas. El coordinador las verá
ponerse de nuevos los cascos, presionará de nuevo el botón y la nueva clase
comenzará. Todo normal. Luego de las cinco horas obligatorias, y una última
sesión de peinado y arregle de look, las muchachas caminarán hasta la esquina
de la escuela y esperarán por el transporte. Cuando éste llegue, sin embargo,
entrarán nueve a la cabina y una no lo hará. Las compañeras de la adolescente
no se darán cuenta y ella será llevada a la fuerza hacia un vehículo particular
protegido de la vista de las cámaras por un hacker ilegal que nunca será
reconocido en el caso hasta dos años después. A la pequeña Evelyn Brown se la
secuestrará en silencio, muy discretamente, pero a pesar de su evidente terror,
cooperará para que no le hagan daño como le prometerán.
Será
trasladada a un sector alejado de la ciudad, utilizando una ruta poco
concurrida y simulando que nada fuera de lugar está ocurriendo. Se la dejará en
un sótano, previamente limpiado y asegurado, unas cuarenta y ocho horas y
mientras tanto se la alimentará lo justo y necesario mientras ella pase del
llanto, al miedo y a la tristeza una y otra vez. Su padre, cuando no la vea
llegar, llamará a la escuela, al servicio de transporte, y a la policía, pero
todos pecarán de inservibles, como siempre lo han hecho aún teniendo cámaras
hasta dentro de los retretes. En fin. Cuando llamen a William, alrededor de las
seis de la tarde, le pedirán una suma desorbitante de dinero que él no poseerá
pero no le será difícil conseguir tampoco. Le darán un plazo de veinticuatro
horas antes de la próxima comunicación, y para entonces ya tendrá que dar una
respuesta cuando ellos lo vuelvan a llamar. La policía instalará en su casa un
equipo para que trabaje en la búsqueda de la pequeña y los malvivientes, y a su
vez lo protejan a él de cualquier eventualidad que pueda llegar a surgir, pero
eso no lo hará dormir tranquilo. Cuando descanse será porque el cuerpo no le
rendirá más y caiga rendido en un sillón, pero no cuando él se lo predisponga.
A las seis de
la tarde en punto del 2 de Junio, la segunda llamada llegará y William hablará
nervioso pero dejará todo en claro: depositará el dinero en el lugar donde
ellos le vayan a decir –un evento muy concurrido en el cual difícilmente se
sabrá decir quién será el culpable o el cómplice que se hará con el dinero- y
aguardará por la chica en un lugar específico. Los criminales la tendrán
pensada demasiado bien, y dejarán a Evelyn sola en un depósito cuyas puertas se
abrirán automáticamente cuando ellos estén –se supone- lejos de allí, con el
dinero recogido por el cómplice. Pero para cuando las puertas se abran, será
demasiado tarde.
***
William
colgará el teléfono y planeará con los policías alguna vuelta que darle al plan
para atrapar a los malhechores, pero todo intento de prever algo les será en
vano y se llevarán más de una sorpresa. La policía dejará al hombre solo en su
casa para que descanse a pedido explícito de él –no sin antes recordarle que
ellos estarán a solo un llamado de distancia- y él no podrá dormir entre
llanto, preocupación y terror de que algo malo le suceda a su chica, pero no
podrá hacer nada para evitarlo. Será esa madrugada cuando saldrá de su morada,
solo, e irá al lugar de encuentro en dónde dejarían a su hija mucho antes de la
hora acordada. Pero será demasiado tarde, porque la lluvia lo agarrará en el
camino y no podrá hacer nada para evitarlo. El clima altamente tóxico de esa
época provocará que no sea una precipitación corriente sino una lluvia ácida, y
si bien no sufrirá demasiado no podrá evitar que lo hiera el agua ardiente. Su
ropa pronto comenzará a agujerearse pero a él no le importará, y arribará con
tiempo de sobra al lugar estipulado. La policía tomará luego ese acto como muy
irresponsable, pero finalmente entenderán las razones que lo llevarán a hacerlo
y sabrán entender, más dados los resultados con los que terminará esta
historia.
A pesar de que
el depósito tendrá muy bien selladas las puertas y que nada de lo que haga
William le servirá para abrirlas, encontrará una puerta trasera con un candado
más fácil de romper que con mucha furia, adrenalina en aumento y desesperación,
falseará entre patadas, ladrillazos y palazos. Estará oscuro, naturalmente,
dentro, pero estar a salvo de la lluvia hiriente lo dejará más lúcido para
desempeñar las acciones que le seguirán a su entrada. Pensará bien y no
permitirá que nada lo asuste, y tras andanzas laberínticas entre un mar de
penumbra terrorífico, la voz de su hija respondiendo a sus intrépidos llamados
lo motivará y guiará hasta ella. Pocos serán los abrazos que se permitirá darle
para reconfortarla de lo que será un trauma dentro de todo curable, y no le
será difícil liberarla de sus ataduras y amordazas. El hombre la sacará de allí
y contactará de inmediato a la policía, y un repentino cambio en el curso de
los eventos lo favorecerá aun más de lo que estos últimos acontecimientos
podrán hacerlo.
Un operativo
mucho más efectivo por parte del servicio de seguridad permitirá dar con todos
los responsables del asunto, y su estadía en la prisión superpoblada les será
mucho más cruenta y vil de lo que podrían serles las venganzas por mano propia
que tampoco se atrevería, dado el caso, de realizar William. La justicia la
hará el bienaventurado karma y los responsables pagarán todo en vida, a pesar
de la falta de rencor que le permitirá al padre de la niña seguir adelante con
su vida y estar mucho más agradecido por todo lo que le suceda de allí en más.
La niña logrará, no sin esfuerzo, descargar todos sus sentimientos frente a
especialistas en casos como este y ella podrá también liberarse de este
episodio nada placentero y continuar, junto a su padre y posteriormente, su
novio, una vida plena y feliz.
Este cuento,
sin embargo, no tendrá tanta suerte y no tendrá demasiada repercusión –por no
decir que ésta será nula-. Aún así, el escritor se la verá venir y no tendrá
demasiadas expectativas, por lo que no se decepcionará y continuará con su
descargue “literario” como ha hecho en los años transcurridos hasta el día en
que este cuento fue finalizado, que es el 26 de Agosto del 2014 (fecha del
cumpleaños de su hermosa madre Analía).
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Cuento por Joel Cavaleri. Arte por Joe Roberts.
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