1 dic 2015

#EspecialNavideño2015 - DÍA 1


Fotografías temáticas, textos cuasiexperimentales. 
Es el Especial Navideño 2015.
DÍA 1:

HIELO

Una estación del subterráneo estaba casi vacía cuando ella bajó de su transporte. El clima invernal estaba helado e hizo bien en abrigarse un poco antes de salir de su casa. La muchacha de cabellos rubios tenía los auriculares en sus oídos, pero no escuchaba nada en particular. El reloj de la estación marcó las once de la noche, una hora peligrosa y poco habitual para que una linda chica de dieciséis años vaya caminando sin rumbo por la ciudad a oscuras. Pero aún así, sin que sus padres se enteren, la muchacha había tomado su mochila, su teléfono y unos ahorros que tenía y se había escapado de su casa sin más.

Había caminado un poco, cruzado los árboles pelados de la esquina, la diminuta plaza bañada de rocío helado, el pasto de un blanco congelado, y tomado el primer metro al centro. Optó por un asiento solitario en un rincón alejado de las pocas personas allí viajando también, y luego bajó aún pensando en qué hacer cuando no tenía un plan fijo. Necesitaba aire, y con lo mucho que le gustaba la ciudad y el invierno, no lo pensó dos veces. Ahora se encontraba afuera, ni se había despegado del barandal de las escaleras de la estación, y buscó algo en su mente. Un destino, lo que fuere, algún lugar que visitar, alguna excusa. Recordó que la casa de su amiga estaba disponible como opción, y pensó que lo mejor sería avisarle antes, para tener una cómplice en su plan de salida inocente, por si acaso.

Por ende, buscó en su mochila su móvil y buscó el nombre en la agenda, para luego presionar el botón correcto. Puso el audífono en su oído y no escuchó ni un sonido. Miró la pantalla y encontró el dibujo de la antena con una cruz roja encima. No tenía señal. Caminó un poco mirando la pantalla y haciendo leves movimientos con su brazo buscando alguna reacción de su teléfono, pero nada. Cruzó la esquina y siguió caminando unos cuantos metros más, hasta que por fin fue capaz de realizar una llamada. Presionó de nuevo el botón y esperó una respuesta de su amiga, que no tardó en llegar. Mientras buscaba un taxi, la muchacha dejó su teléfono pegado a la cara y se dedicó a caminar mientras hablaba con su amiga de la escuela.

— ¿Qué haces despierta a éstas horas?—siguió la otra chica en su cuarto, hablando adormilada.
—Yo te tendría que preguntar que haces durmiendo, ¿no que tus viejos no iban a estar el sábado?
—Bueno, no, no están, pero tenía sueño, ¿no puedo dormir ahora?
— ¿Vos me estás hablando en serio, Mía? ¡Es sábado! ¿Cuántos años tenés, tres y medio?
— ¿Dónde estás? Pensé no te iban a dejar usar el teléfono ni tener vida social por, no sé...dos o tres años más, o hasta que te vayas de tu casa. Estuviste vaga este trimestre—respondió Mía, ya levantada de su cama y encendiendo la luz de la sala de estar.
—Me escapé cuando se durmieron. Quería tomar aire, me la paso encerrada haciendo como que estudio. No puedo creer que vos también estabas durmiendo; creí que eras normal...
— ¿Vas a venir o no? Trae helado si querés, yo te pago el taxi. Había alquilado una película pero me había dado sueño, si quieres la miramos juntas...—invitó Mía, desvelada ahora, sentada frente al televisor.
—Dale, en un rato estoy ahí.
—OK, te espero.
—Nos vemos—dijo ella por último, para cortar su teléfono y guardarlo en el bolsillo delantero de su campera. La heladería no estaba tan lejos, quizás era mejor tomar el taxi allí para no pagar por la parada, pensó. Siguió paseando por diversos locales de la calle hasta que llegó al local correcto, y compró lo acordado. Una dosis más que suficiente de chocolate con almendras, granizado y dulce de leche.

De vuelta afuera, la muchacha caminó hasta la esquina y se dirigió hacia la avenida, por donde tendría más posibilidades de encontrar un taxi a esas horas. Tras caminar unas cuadras, en una esquina, se topó con un local extraño, cuya vidriera promocionaba ciertos artículos que parecían "ilegales" a su entender. Volteó su rostro y siguió caminando como si nada, y no le dio importancia tampoco a los tres tipos afuera del local que la miraron detenidamente. Obviamente, ellos si le habían prestado atención, la suficiente como para, tras unas palabras, comenzar a deambular disimuladamente tras ella. 

Cuando fue capaz de encontrar un vehículo que la llevara, ya subida en el asiento trasero, se dio cuenta del frío que tenía. Tocó su rostro y lo sintió congelado como el hielo, y sus manos estaban igual, pero no le importaba. Todo era mejor que tener calor. Le indicó al taxista hacia donde quería que la llevara y arrancaron, tampoco percatándose que un auto en la misma cuadra había arrancado y los comenzaba a seguir con sigilo a través de la ciudad. 

Minutos después, ella bajaba en la puerta de la casa de su amiga y entraba sin más. El coche que los seguía había tenido que hacer un rodeo para no hacerse descubrir, pero ya era seguro detenerse. Habían posado los ojos en la muy bonita muchacha y no la iban a dejar ir, pero ahora que estaba dentro de una casa. ¿Cómo iban a hacer para lograr capturarla sin llamar la atención, sin levantar sospechas? Parecía imposible, pero… ¿lo sería? Los tres tipos ya habían hecho eso antes, y no era tampoco ninguna ciencia. Había que ser un poco inteligentes, nada más. Es por ello que primero se pusieron a espiar. Podían ver a solo dos chicas en la sala de estar, atentas a la tele. ¿Había alguien más en la casa? Padres, hermanos mayores, eran todos obstáculos. La amiga, esa tal Mía, también era muy bonita, podrían llevársela también, pero había que diseñar una estrategia. ¿Entrarían a la fuerza, las convencerían para que los dejaran entrar, o las harían salir con alguna treta? De solo espiarlas, la emoción se les subía a la cabeza. Disfrutarían tanto de tenerlas, de usarlas para ellos, de encadenarlas, de verlas asustarse un poco para luego hacerlas sucumbir ante sus deseos. Hacía rato que les hacía falta un poco de emoción, una aventura, un poco de adrenalina corriendo por sus cuerpos. Sí, ahora ya las habían visto reír, cuchichear como amigas, hacerse las bonitas para ellos, acomodarse el pelo, comer helado de esa manera tan provocativa que para ellas debía de parecerles normal. Si, tarde o temprano…serían suyas.

●●●

—Es hermosa, Mía…No había escuchado nunca de esta película, ¿dónde la encontraste? —Le decía la muchacha rubia a la otra cuando la película terminaba y volaban los créditos.
—Me la recomendó Barby el otro día en clase. Dijo que la había mirado con el novio y hasta él había llorado, ¿no te acordáss? Estabas ahí—le contestó, alcanzándole un pañuelo descartable y sonándose ella misma la nariz con otro.
— ¿De verdad ese idiota lloró también? Al final se hace el malote, y es re tiernito—se mofó ella, riendo de su propia conclusión.
—Si…igual la película es demasiado triste como para no llorar al verla…—lo defendió.

Afuera, tres pares de ojos estudiaban sus movimientos, tres mentes se preguntaban lo mismo: ¿Cómo hacer que salgan? ¿Cómo capturarlas a las dos?

— ¿Y ahora, Lara? Tu viejo va a estar re enojado si no te encuentra mañana. Una cosa es escaparte a la noche, pero otra cosa es no volver...
—Ya sé, ya sé que tengo que volver, ¿pero te vas a quedar sola vos?—Inquirió. 
— ¿Y que querés que haga? No me podés invitar a dormir a tu casa, no te van a dejar. Si querés te acompaño hasta la estación…

Las respuestas a las plegarias del trío de espías habían llegado solas.

●●●

Desperté temblando como si me sacudiera un huracán. Estaba congelada de pies a cabeza con el cuerpo entumecido del frío, la boca reseca y los pelos duros. Cuando abrí los ojos, encontré claridad, un cielo con una blancura extensa, infinita, y una hondada de copos de nieve revoloteando hacia mí, distraídos. Me puse de pie, y por más que intenté me resultó imposible determinar dónde estaba, cómo había llegado allí o…recordar cualquier otra cosa. ¡No podía recordar cómo me llamaba! ¡¿Qué había pasado?! ¡¿Qué hacía tirada en el medio de un campo, en la nada misma, sola, congelada y sin poder recordar cómo había llegado allí?! Me estaba asustando. Examiné mi cuerpo, mis alrededores, mi ropa, los árboles pelados y húmedos, los caminos repletos de nieve, el hielo mismo donde yo había estado recostada quién sabía cuánto tiempo, pero nada me era familiar. Me pellizqué, me puse de pie, me golpeé la cara intentando en vano despertar de la pesadilla en la que me encontraba, pero era real. Yo efectivamente estaba parada cual muñeco de nieve humano en el medio de la reluciente y brillante nada.

Tenía que hacer algo, encontrar a alguien que me ayudara, buscar refugio, abrigo, consuelo y cordura, o a falta de respuestas me volvería loca en cuestión de segundos. Con el cuerpo entumecido, adolorido, intenté mover de manera exagera mis extremidades para que la sangre corriera por mis congelados dedos, que volviera a mi seguramente pálido rostro, y cuando me hube lo suficientemente satisfecha, me eché a correr. ¿Izquierda o derecha? ¿Aquel sendero hacia el bosque negruzco o hacia el rastro que dejaba el viento al refrescar y secar mis ojos? ¿Hacia dónde ir? Yo no lo sabía, pero cualquier lugar merecía la pena antes de tener que pasar más tiempo en aquel impoluto y virgen páramo invernal. 

¿Quién pudiera satisfacer mis dudas, aclarar mi mente, darme algo a lo cual aferrarme? Una respuesta, un nombre, una fecha; necesitaba algo. Estaba aterrada, por lo que corrí cada vez más rápido, a toda la velocidad con la que podían funcionar mis piernas. Y más avanzaba, más me convencía de que estaba muy lejos de recuperar mi memoria, recordar quién era y volver a sentirme segura, si es que eso sucedía alguna vez. No reconocía nada, y para peor, no había mucho para reconocer. El sendero con árboles a los lados se me hacía interminable, y la blancura de los prados y las ligeras colinas nevadas se me hacían eternas. Me tranquilizó la idea de que probablemente en primavera, con el cielo despejado y la consciencia tranquila, el lugar debía de ser muy bonito y no tan extenso e insufrible como me parecía ahora. Justo cuando ese pensamiento comenzaba a borrar la tímida sonrisa en mi helado rostro y me vi obligada a secar mis lágrimas y el goteo de mi nariz con la manga de mi no tan abrigada chaqueta por enésima vez; la vi por fin. Creo que por un momento me arrodillé en el piso y sin saber si alguna vez había sido creyente o no, le agradecí a algún dios por poner esa granja en mi camino y lloré como una condenada. Pero no debió haber sido durante mucho tiempo porque recuerdo haber corrido lo más fuerte que pude hasta la puerta de la casa de los granjeros. Mi cabeza daba vueltas, estaba exhausta, sedienta, congelada y aterrada, y para cuando me detuve frente al porche de la casa, mi consciencia no aguantó más y terminé desplomada frente a la puerta, o al menos eso es lo que me contaron. 

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Para cuando desperté me encontraba mejor, al menos físicamente. Los recuerdos de mi despertar en la nieve y mi corrida hacia allí eran los únicos a los que me podía aferrar, pero al menos mi cuerpo sanaba. Estaba recostada en una cama, casi inmóvil a causa de la cantidad de cobijas con las que me habían abrigado; seca, tibia, segura. Me conmocionaron esas sensaciones de lo opuestas que eran con lo que yo había vivido recientemente. Ese frío era todo lo que conocía, pero estaba dispuesta a conocer más, a generarme recuerdos, a recuperar la vida que debía haber tenido antes de lo que sea que me hubiese pasado. 

Me puse de pie, salí del precario cuarto que me habían proporcionado, y antes de encontrarme con alguien me encontré con mi misma. Había entrado en el baño. Esa fue la primera vez que me vi a un espejo y que examiné mi cuerpo desnudo. La chica que me devolvió la mirada en el vidrio también era familiar. No me sorprendió encontrar a una muchacha de cabello rubio, que no llegaba a los dieciocho años y tenía una bonita piel y cuerpo pequeño. Era delgada, y me contemplé por un rato, buscando alguna señal que me indicara o recordara a algo. Una cicatriz, una herida o lo que fuera, pero no tenía nada salvo unos leves moretones en mis brazos que por lo que a mi concernía, podrían haber estado allí desde mi nacimiento porque no me traían el menor recuerdo. Tenía la extraña sensación de recordar cosas, pero tampoco podría llamarlos recuerdos. Se me cruzaban imágenes inconexas cada tanto, cosas no muy claras, breves; que iban y venían. Pero por más que me concentraba no podía relacionarlas con nada ni estar segura de a qué podían referirse. Si fuera por mí, podrían ser de alguna película, o fotografías, y yo tal vez nunca habría visitado esos lugares. Eran una estación de subterráneo, un taxi, siluetas de personas…

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