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La historia continúa.
Comienzam a aparecer las entidades
dentro de lo inamovible.
Son las muertes de los circuitos,
los espíritus en los engranajes electrificados.
Son los Fantasmas en la máquina.
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DÍA 4
LA MÁQUINA M - LA METRÓPOLIS (PARTE 2)
CAPÍTULO 2
Fantasmas en la Máquina
M.I.L.O.....En línea.
Milo se despertó con un frío metal contra su
cara. Un frío y dentado metal contra su...todo. Un instinto de no entrar en
pánico de hacía mucho tiempo, profundamente inculcado, lo calmó; conteniendo su
ansiedad en un crujido leve. Esperó que un recuerdo aflorara. Se mantuvo quieto
aguardando la avalancha de datos que seguramente llegarían para conectar los
puntos entre hoy y...algún momento de su pasado. Cualquier cosa. Nada. “Okey.
Accede, Milo”. Tenía que levantarse, pero eso...eso no iba a suceder. ¿Qué era
toda esa basura? ¿Una casa había caído sobre él? Deslizó sus ojos alrededor de
sus órbitas, tratando de averiguar por lo menos si estaba boca arriba o no. No
había ningún cielo que pudiera ver, así que estaba dentro de algún lugar, pero
el resto de su información sensorial le estaba diciendo intensamente "basurero",
por todo el metal. Los ojos trabajaban, la respiración estaba bien, y podía
estirar el cuello lo suficiente para golpear la parte posterior de la cabeza
contra algo puntiagudo (si quisiera, lo que no era así), pero más allá de eso, él
no era capaz de localizar el resto de sí mismo. Desconcertante.
"Desconcertante", escupió, en una
interjección involuntaria. Bueno, su boca se movía.
"¿Qué es esta...pila de basura... y por
qué --" comenzó, pero la intención de decir "estoy enterrado en
ella" fue precedido por un estrépito en algún lugar cercano. Hubo un ruido
de zumbido, y una fuerte luz se encendió, haciendo que los ojos de Milo
lagrimearan. Cambiando su foco de visión desde las piezas de la máquina que
sobresalían amenazadoramente hacia su cara, Milo miró en dirección al espacio
iluminado de repente.
Era demasiado brillante en el centro y, por
el contrario, demasiado oscuro en las esquinas, algo así como un almacén o el
piso de una fábrica sin el equipo.
(“Sin la sangre y los rayos láser”, manifestó, sin sentido, su cerebro.
“Sin el…sin…algo”. No lo podía recordar).
Había mesas bajas situadas irregularmente,
herramientas y partes de circuitos repartidos por todos lados, como el lugar
donde un científico loco se hubiera olvidado de recoger sus juguetes. Aquí y
allá podía ver objetos más grandes como… ¿una armadura? Aquello parecía un
vehículo, aunque sin terminar o abandonado al azar. En la pared del fondo había
tres enormes rejillas redondas, como entradas de túneles, con pequeñas pilas de
basura en frente de ellos -- versiones más pequeñas de la pila de desechos
oxidados de los que se había convertido ahora, de alguna manera, una parte. Cuando
sus ojos se ajustaron a la luz, Milo comenzó a reconocer movimientos. Media
docena de cositas delgadas, merodeando alrededor de la basura. Moviéndose como
arañas sin suficientes piernas.
"Hey" -dijo Milo con voz áspera- "HEY".
Respondiendo al ruido, dos de los borrones grises treparon hacia él.
Entrecerrando los ojos por el resplandor, Milo parpadeó y despegó más los ojos,
haciendo que las formas borrosas se volvieran...personas.
"Sus ojos funcionan" dijo uno de
ellos, mirando a Milo con la boca torcida. El otro gruñó. Eran niños. Niños
pequeños, tal vez de ocho o diez años, con los ojos inyectados de sangre, moviéndose
alrededor como ratones nerviosos. Ellos tenían un tono de color gris uniforme,
sucios de pies a cabeza, a excepción de dos círculos negros gemelos en sus
cuellos, como glifos impresos. Similares al propio tatuaje de Milo, pero más
complejos; como de tinta roja sobre polvo. “Diestros, oh”.
"¿Dónde estamos?" Preguntó Milo,
las palabras saliendo ásperas y quebradizas. "En el taller", dijo la
niña. Le tendió una mano y sin previo aviso, le limpió con el dedo una lágrima
en la esquina del ojo de Milo, riendo estridentemente al ver su expresión. ‘Niños Diestros de Trabajo’. Había escuchado
historias, rumores realmente macabros. Los mantenían bajo tierra para construir
maquinarias delicadas. Les daban de comer drogas extrañas para mantenerlos
pequeños y hacerlos inteligentes. Corrían salvajemente en los túneles, montando
ratas mutantes gigantes. Eran fantasmas, eran caníbales, no eran ni siquiera
reales. La niña tosió húmedamente y el otro resopló. Se limpiaron las narices
en sus antebrazos al unísono, mirando a Milo con interés sombrío. Si hubiera
sido capaz de sentir algo, hubiera sido un escalofrío bajando por su columna.
"Escuchen", dijo Milo, con la
garganta apretada. "No sé cómo he llegado…" Los niños ya estaban
inquietos, con los ojos recorriendo y las manos escarbando entre la basura que
los rodeaba. La chica se sacó un bicho con el dedo y se lo arrojó al otro,
quien lo aplastó con sus palmas y se lo arrojó de nuevo. "¿Podrían correr
algunas de estas cosas de mí? ¿Así puedo salir?" Atentos de nuevo, se
miraron. "¿Por favor?". La risita extraña de la chica resonó y el
otro golpeó un trozo cercano de metal con el puño cerrado, sonriendo. Tonk tonk.
¿Era eso una respuesta? "En serio…"
En todo el piso hubo una oleada de murmullos
y actividad, acaparando la atención de los niños. "Seff está de vuelta"
intervino la chica. El otro se sacudió un bicho que fue a parar al rostro de
Milo, haciéndolo temblar, y se medio-deslizaron medio-treparon hacia la base
del montículo de basura para unirse a los otros niños en la parte delantera de
las rejillas de ventilación en el otro extremo de la habitación.
Un golpeteo hueco y un sonido de raspado se
hicieron eco a través de la ventilación central. Un conjunto disperso de basura
se movió en el suelo, y un momento después salieron una manada de niños deslizándose
a la vista y saltando fuera de la abertura circular como pulgas. Los recién
llegados se hicieron paso entre la multitud en espera (que se negaban a moverse
fuera del camino), arrojando trozos del suelo y moviéndose en dirección recta
de vuelta a las mesas de trabajo. El grupo esperó en silencio, expectante. Al
cabo de un minuto el sonido chirriante regresó y otro niño se deslizó a la
vista.
Él era del mismo tono gris pálido que los
otros, pequeño, encorvado, y casi calvo, con mechones ocasionales de cabello
castaño que decoraban la cúpula de su cabeza. Se puso de pie, en equilibrio,
sobre el borde de la abertura y miró con frialdad hacia abajo, a los demás. El grupo entero, todos tensos, le
devolvieron la mirada; como una jauría de perros aguardando escuchar una orden.
El chico calvo metió la mano en un saco que colgaba a su lado y sacó dos
puñados de lo que parecían frascos de vidrio, de contenidos verdes y brillantes.
Él se los lanzó a los niños, que se tiraron y se los arrebataron unos a otros
en el aire. Milo miró, atónito, como niño tras niño abrían un pequeño panel de
carne -en la parte inferior de la muñeca, en el antebrazo, o sus nucas- y
metían un frasco en ellos.
“¿Qué? No. Ellos nunca podrían hab…” - Milo
entornó los ojos, obligándose a hacer foco. Aparatos pequeños, camuflados por
la suciedad y el polvo, parecían estar fijados a la piel de los niños. Milo
miró el líquido drenarse dentro de los abdómenes de los niños, los observó jadear
con un soplo áspero y sacudirse los frascos vacíos de sus ranuras. Arrojaron
los frascos al suelo con los ojos brillantes, y se dirigieron bruscamente a sus
estaciones de trabajo, con los dedos ya encrespados alrededor de alambres,
metal y herramientas. Una calma se extendió por el taller, pero se pudo ver a
la vez gran actividad: casi todos los niños ya estaban absorbidos completamente
en el arduo trabajo.
El chico calvo, posado aún en el borde de la
rejilla de ventilación, miró fríamente la escena y luego tomó otro puñado de
frascos de su bolsa y se metió uno en la ranura detrás de su oreja. Milo
observó mientras se drenaba tres frascos más en rápida sucesión: wam, bam, pum;
vacíos y tintineando contra la tierra en unos pocos segundos. Se sonó un par de
veces el cuello -un gesto extraño en un cuerpo infantil- y el niño saltó al
suelo. Se dirigió hacia la esquina de Milo y arrastró un barril a la parte
delantera de la pila, sentándose encima de ella para ponerse al nivel de los
ojos de Milo. Sacó otro frasco de su bolso y lo hizo girar distraídamente los
dedos.
"Estás en línea", dijo el chico.
"Te dimos un poco de jugo, antes", agregó, haciendo rodar el frasco
entre los dedos y el pulgar, sin romper contacto visual. "No sabía si ibas
a despertar, así que, eh..." Él parpadeó dos veces, cual lagarto. "Soy
Seff."
La cabeza de Milo estaba empezando a doler. "Mira", dijo este,
con la voz quebrada. "No tengo ni idea de lo que está pasando, ni de cómo
llegué aquí, ni…de nada, pero, ¿puedes por favor, por favor, ayúdame a salir de
esta basura?".
Seff sacudió ligeramente la cabeza.
"Estabas todo reventado cuando te tiraron acá. Tus conectores -él movió
sus dedos animadamente en la parte posterior de su cuello- no estaban haciendo
eso de conectar…Estábamos pensando hacerte a la barbacoa. ¿Sabes, como si fuera
un picnic de feliz cumpleaños?". El tono era en broma, pero el ladrido
reprimido que era la carcajada de Seff reveló un gran desorden de grises y
sucios dientes. Milo quería a temblar.
Lo intentó de nuevo. "Sácame de esta…"
"Tú eres la basura", fue la
respuesta enérgica de Seff.
La cabeza de Milo latió. "¿Qué…?".
Seff agitó una mano, como diciendo “ni siquiera comiences”, y sacó un puñado de
alambre arrugado y delgado de su bolsa.
"Las cosas están un poco jodidas allá
arriba". Seff señaló con su mano vagamente hacia el techo. "Se supone
que ellos, digamos…" la otra mano hábilmente separando unos hilos del
metal flexible. "No nos están dando nada para hacer. Nada..." Dándoles
forma con las longitudes deseadas, mantuvo las piezas en su curvado dedo
meñique, mientras que los otros dedos siguieron trabajando. "Estamos tan
aburridos," gruñó Seff, con la cara asesina por un momento, y luego tranquila
cuando una cucaracha captó su mirada y él la tomó. "¿Qué se s’pone que
hagamos mientras los Alineadores, los Enmascarados y los Perros andan por ahí?
Es aburrido."
Los pensamientos de Milo nadaban como locos,
tratando de dar sentido a todo lo que Seff había dicho. Su mente recordó a la
imagen de una cara, una niña, con las manos en el aire y la vista al frente.
“Deja de trabajar”, dijo. “Detente”. Entonces un láser, sangre y una sensación
de gritar con violenta desesperación. ¿Cómo pudo pasar esto? Un centenar de
trabajadores gritando con el mismo lamento. ¿Cómo podrían haber hecho…
"Así que trabajamos contigo." Milo enfocó
de nuevo. Seff tenía la cucaracha boca arriba, clavada con su dedo, y estaba enrollando
trozos de alambre alrededor de sus piernas. "Tenemos que tener un
proyecto. Somos buenos con los cables, ¿sabes? Eso es todo lo que realmente se
está usando allá. Los tuyos solo estaban rotos... y habíamos estado queriendo
hacer, digamos, algo grande, por un tiempo. Quiero decir, hemos hecho máquinas
para jugar" dijo, y colocó la cucaracha suavemente hacia arriba en algo
plateado y curvo. Se tambaleó por un momento con sus nuevas piernas extendidas,
y luego se fue chasqueando ágilmente hacia arriba y afuera de la pila.
"Ninguno realmente jugará con ellas, pero pensamos que vos sí. Y nos diste
mucho trabajo, ¡nos costaste semanas!, y ahora estás en línea así que vámonos."
El chico dejó de hablar abruptamente, parpadeando con los ojos fijos en Milo,
como si esperara que él hubiera entendido algo de todo eso.
"¿Ir…a dónde?", dijo Milo.
"Arriba", dijo Seff, como si fuera
obvio.
"¿POR QUÉ?", rugió Milo de nuevo,
inundándose de pánico. Nada tenía sentido. Su cuerpo era... ¿qué estaba
sucediendo? Algunos de los otros niños se habían alejado de sus mesas, atraídos
por el ruido de su conversación, y se situaron en un flojo cúmulo detrás de
barril de Seff. Se balanceaban sobre un pie y el otro, y dirigieron sonrisas
espeluznantes hacia él.
"Se olvidaron de nosotros", dijo
Seff oscuramente. Clavó los ojos en Milo, su propia sonrisa extendiéndose desigualmente
en su cara. "¿Y nunca quisiste destrozar un edificio?" Hubo una corta
explosión de afirmaciones vehementes de los niños y algunas risitas. Milo luchó
contra el impulso de entornar los ojos, mientras la histeria amenazaba con alzarse
y estrangularlo.
"¿Qué crees que voy a ser capaz de
hacer?" protestó.
"Eres muy grande," chilló uno de
los niños, lo que provocó otra ronda de risitas y ruidos de explosiones con los
que Milo tuvo que luchar para hacerse oír por encima.
"¡Ni siquiera puedo moverme!" bramó.
"Sí puedes", dijo Seff, y la charla
se calmó. "Ya estás todo conectado, solo que no lo entiendes". Golpeó
una de las grandes piezas de metal en frente de él. "Ese es tu
brazo", dijo, como un profesor impaciente. "¿Te das cuenta? Haz que tu
cerebro entienda. Mírame." Cerró los puños y levantó los brazos
directamente en frente de él. "¡Vamos!"
"¡Vamos! ¡Vamos!" La multitud de
niños cantó con él, en parte burlándose y en parte irradiando emoción. Milo
sintió un odio abrasador hacia ellos, hacia el mundo y hacia su impotencia.
Parpadeó para contener las lágrimas de enojo y golpeó los brazos, derribando el
barril de Seff y mandándolo a volar y a golpear el suelo. Seff se sacudió y se
dejó caer de nuevo, encantado y con un chillido de risa; y los otros niños se
unieron, gritando y saltando. Milo se quedó en estado de shock mirando los
apéndices metálicos monstruosos delante de él. Esos eran sus brazos. No eran
pesados - más bien, lo eran, pero no eran sus músculos los que los levantaban. Se
sostenían por sí solos. Dio un suspiro tembloroso y flexionó los dedos: puño, extendidos,
puño. Pulgares arriba. Señal de la victoria.
"¡Hombre de metal!" gritó Seff, encontrándose
con sus ojos. Se puso de pie lentamente y Milo imitó sus movimientos, el metal
produciendo crujidos y gemidos.
"¿Estás haciéndolo tú? ¿Lo estás
haciendo tú o lo estoy haciendo yo?" Gimió Milo, mientras lograba ponerse
de pie. Seff se limitó a sonreír. Los niños bailaron alrededor de sus pies,
fuera de sí.
"Esto es tan bomba", dijo uno de
ellos. "Vamos a explotar todo".
"¿Cómo lo llamaremos?"
"Hombre de hierrotzila”
"Turbo-mega-matador".
"Destrozabestias”
"Pie grande…lobo”
"Oigan, horribles fenómenos, mi nombre
es Milo," dijo Milo acalorado.
Seff rió y dio pateó el gigante pie de Milo
con regocijo. "Sí, ¿no? Milo, es perfecto. Máquina por dentro, vivo por
fuera, jajaja!"
"¿No es al revés?" Milo entrecerró
los ojos. Los niños empezaron a correr alrededor de la sala de trabajo,
recogiendo herramientas, armas, gafas, y piezas surtidas de armadura. "Es
al revés, ¿no? La máquina está fuera".
Seff alzó su bolsa y le sonrió. "¡La
máquina se va afuera, ahora mismo!", dijo. Agarró un casco de una de las
mesas y se lo puso en la cabeza de un golpe, caminando hacia las rejillas de
ventilación y gritando para que todos lo sigan. Los pasos de Milo sacudieron la
habitación.
"No voy a entrar por ahí", murmuró
con desprecio mientras Seff le hacía señas con impaciencia desde los túneles.
Pero lo haría. Solo que no le iba a gustar.
Seff gritó y corrió hacia delante en la
negrura mientras Milo se acomodó y empezó a arrastrarse larga y ruidosamente.
"AQUÍ VAMOS, ASQUEROSA CIUDAD".
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