26 jun 2014

Cuento | 'TRÍPTICO DIRECTO: PARTE 3 - EXTRAÑOS EN LA OSCURIDAD'

TRÍPTICO DIRECTO
por Joel Cavaleri

Tres historias interconectadas inspiradas en temas musicales. Tres acompañamientos textuales, pasados de un formato experimental guión a relato, de tres joyas del productor “Direct”: “Parallax”, “False Dawn” y “Wanna Know You”.


PARTE 3. 
EXTRAÑOS EN LA OSCURIDAD

“Hay algo acerca de ti que quiero conocer. Tengo muchas preguntas”, le dijo.
Se encontraba de frente a la criatura más horrible que ella había visto en su vida. El ministerio de seguridad y las fuerzas militares la habían traído hasta su laboratorio hacía apenas unas horas, según el reloj que tan minuciosamente revisaba a cada rato. Un descubrimiento inusitado, aparentemente, pero para ella era solo otro caso. Uno más curioso, intrigante, emocionante y psicótico, todo a la vez; pero tan enigmático y demandante como cualquier otro caso. Se supone que ella era una profesional. No podía hacer diferencias. Cada “paciente” debía ser tratado con el mismo “cuidado”. Pero ella hasta se imaginó esas comillas, casi divertida por la razón por la cual las hubiese usado si hubiese descrito el procedimiento que estaba a punto de realizar, y se planteó de nuevo la situación. ¿Se podía llamar a esa cosa un “paciente”? ¿Estaba padeciendo de algo esa criatura? La que padecía de algo era ella, la doctora, y era algo más parecido a una náusea. Sin embargo, ella había sido preparada para ello en la universidad, para encontrarse frente a situaciones que requirieran mucha concentración y auto-control. A pesar de que, como mínimo, le hubiese encantado escupir a un lado para sacarse la sensación a gusto horrible que tenía en la boca, la señorita se contuvo. Era, además, una dama. Tampoco iba a perder los modales frente a un invitado de esa categoría, no señor. Había visto cosas asquerosas en su preparación y en clases prácticas, pero nada comparado con esto. Eso era lo que hacía del caso tan corriente y tan interesante al mismo tiempo. Corriente porque tenía que hacer exactamente lo mismo que hacía con todas aquellas formas de vida que traían a su escritorio para evaluación, e interesante porque por más que hiciera todos los mismos procedimientos, se encontraría con cosas nunca antes vistas a los ojos humanos. Toda una experiencia memorable.

Y mientras se ponía los guantes nuevos y se preparaba, continuó pensando en la palabra “cuidado”. ¿Habría algo que cuidar, que preservar en esa criatura? ¿Acaso el sentido común no le estaba exclamando a gritos que todo en eso que tenía en frente estaba mal, equivocado y que debía ser eliminado de inmediato? Su cerebro le podía decir y ordenar lo que quisiera, pero el corazón le latía desaforado y ella casi estallaba en adrenalina aunque pretendiera calma y meticulosidad. La oportunidad que ese caso le presentaba era imposible de evadir. No se lo hubiera perdonado nunca, jamás en la vida, si lo rechazaba. Sí…ese sería su boleto fuera de ese laboratorio cochino y aburrido donde había trabajado tanto tiempo. Reportajes, dinero, prestigio…tantas cosas vendrían a ella luego de que se hiciera conocido su trabajo en ese importante día. No importaba si había que cuidar esa criatura, estudiarla, liberarla o masacrarla; mientras ella tuviera la oportunidad de hacerlo, todo marcharía bien…

La doctora sonrió. Era raro que ella le dedicara ese gesto a una criatura que, imaginaba, difícilmente se lo pudiera devolver, pero tal como las desaforadas palpitaciones en su torrente sanguíneo, esa noche había cosas que no podía darse el lujo de evitar. Estar en un lugar con tanta penumbra débilmente enemistada por un foco sobre su cabeza, sonriéndole a algo tan impresionante y extraordinario casi hasta la parecía una mala idea. “Está sujeto”, se dijo; y bien que lo estaba. No había forma de que ella pudiera salir herida de ese encuentro… ¿o si la había? No, pensándolo mejor, para que ella se marchara de allí sangrando debía cortarse una vena ella misma. Nada podía salir mal, no con las cosas planeadas como de ante mano lo estaban. Había cámaras grabando todo aquello que ella fuera a hacer, había oficiales armados fuera del laboratorio, y ella era una persona de confianza, capacitada y experimentada lo suficiente como para que se le otorgarse el honor de aquella proeza.

Felicitaba la rapidez de acción de sus superiores. Muchos imbéciles en el pasado hubieran balaceado a la criatura ni bien hubiese aparecido, pero ahora se valoraban otras cosas. La humanidad podría quedar aterrorizada, enloquecida, frenética si la noticia de no solo el avistamiento sino también captura de una criatura así se divulgara; pero no habría nada que se le pudiera hacer. Ella necesitaba el crédito de la proeza a punto de realizar, y alguien necesitaba averiguar más sobre la criatura para estudios posteriores. ¿Y quién más se hubiese animado a hacer algo semejante? Nadie…no. Solo ella era capaz de eso y mucho más. De tan solo imaginar las muchas otras ofertas que se le harían en el futuro luego de eso era tanto escalofriante como vigorizante, casi eléctrico. Se sentía poderosa, ansiosa y con mucho más vida que esa cosa que la miraba con fríos múltiples ojos a apenas centímetros de distancia.

¿Qué haría primero? ¿Autopsia en vida, quizás? ¿Prueba de reflejos, búsqueda de signos vitales que demuestren la obviedad de su existencia? Tenía lápiz y papel a un lado, listos para que ella anotara todo aquello que creyera conveniente, pero tenía la ligera sospecha que ese precario block de notas que le habían dado nunca le sería suficiente. A ella la intrigaban demasiadas cosas, tantas que no se imaginaba una manera de empezar a averiguar aquello que con tantas ansias deseaba saber. ¿Cómo respiraría esa criatura? ¿Tendría un corazón, dos pulmones, venas y arterias? Recordaba haber visto sangre verde chorrear de cuerpos de alienígenas en alguna burda y grotesca película de ciencia ficción antiquísima. ¿Sería capaz algo así? Daría su propio brazo por cortarle una extremidad al bicho horrible ese que tenía en frente y comprobarlo en ese instante, pero el desastre que haría sería imperdonable. Se supone que ella tenía que mantener las cosas limpias, sencillas, rutinarias, sistemáticas, tal como si fuese solo otro ‘’paciente’’. ¿Pero cómo acallar el deseo ferviente que movía el bisturí en su mano más y más cerca de uno de los ojos del tan impredecible espécimen? “Espécimen”, pensó de nuevo. Imaginó entonces una especie, una raza…razas similares, criaturas que convivieran con ellas, en simbiosis, parasitosis, mutualismo, comensalismo. Su hábitat, su reproducción, su alimentación, su ciclo de vida, los números de crías por parto. Todo escapaba a su imaginación y allí se fragmentaba en infinidad de posibilidades. “Todo al alcance de mi mano”, pensó, sosteniendo el bisturí con mucho más ímpetu.

“Dime los secretos en tu corazón…quiero conocerte”, le susurraba, infantil, como una madre a un nuevo cachorrito perdido. Era más como su muñeco de pruebas en vida. ¿Cuántas veces había jugado a ponerse un osito de peluche en su regazo y medirle los latidos con un estetoscopio rosado de juguete? Le hubiese encantado tener a ese bicho así ahora, incluso hasta recostado contra su pecho, por más que le llenase las piernas y todo el delantal de baba y probablemente la quisiera asesinar o estrangular con sus tentáculos en el segundo en que lo liberaran. ¿Tendría veneno, secreciones ácidas que disparar de algún lado como defensa? Y eso sería para querer alejar o atacar a alguna otra criatura, pero si quisiera que alguna se le acercara, ¿qué clase de feromonas liberaría al aire? Bueno, suponiendo que fuese una criatura terrestre. Se desenvolvería bien en el agua, seguramente. Parecía tener una piel escamosa…pero quizás era capaz de vivir tanto fuera del agua como dentro. El movimiento ascendente y descendente de su cuerpo le sugería que estaba respirando correctamente ahora, lejos de un océano o río. ¿Un diafragma, tal vez, provoca ese latir de su cuerpo, esa inflación y ese desinfle? Estaba bastante segura de que eso era un invertebrado, aunque podría estar equivocada en cuanto a las pocas cosas que tenía deducidas. Un cerebro, un sistema nervioso, una espina dorsal, una estructura ósea ya sea externa o interna… ¿poseería algo de todo eso? ¿Células, un sistema endocrino? ¿Se enfermarían esos bicharracos? ¿Y de qué? ¿Habría pandemias, epidemias, endemias, curas y virus evolucionados? ¿Anticuerpos?

“Estoy nerviosa, ¿tú también?”, le siguió cantando. “Tu sonrisa me da curiosidad”, agregó, cuando la criatura hizo un gesto con algún músculo de dónde ella creyó que estaría el rostro, aproximadamente. ¿Tendría dientes, colmillos, caries, una lengua dentro…su boca? ¿Tendría una boca, saliva, papilas gustativas, cuerdas vocales y ganglios? Ya no podía esperar más. Necesitaba hacerle algo o se pasaría toda la noche preguntándose cosas que bien podría averiguar. Pensar en una estrategia, una forma de abordar el cuerpo extraño y examinarlo en su amorfo esplendor le resultaba improcedente sin inmediatamente reparar en una masacre. Algo salvaje, fiero, veloz y repugnante. Lo abriría, lo despellejaría en carne viva y vería qué tenía dentro en tan solo un minuto. ¿Por qué se sentía tan obligada a hacer las cosas meticulosamente y tardar horas en ello? ¿En realidad importaba que la consideraran una loca? Para entonces tendría más conocimientos que todo el resto de la humanidad. Por fin una criatura hacía contacto con ellos y los humanos la abrían y torturaban hasta que muriera…le daba un poco de vergüenza ser tan impulsiva, ¿pero por qué tenía que morir ese bicho? ¿No habrían desarrollado esas criaturas una manera de regenerarse, de ser inmunes a ataques salvajes y animales? ¿No podrían ser inmortales, más viejos que el universo y futuros testigos del ‘’big crunch’’? ¿Por qué mierda no? ¿Quién mierda se los impedía? Nadie conoce nada de la evolución de esas cosas, de su vida en su tierra, su historia, su cultura y religión. ¡Quizás su Dios si los escuchaba! ¡O quizás ellos eran su propio Dios, o Dios de todos nosotros!

O el anticristo. El demonio en carne y hueso. Una criatura que pretendía repoblar la tierra, exterminar a la raza humana cual plaga de cucarachas y asentarse aquí a alzar una nueva capital, un nuevo imperio conectado con el imperio madre o independiente. O bien podía ser también un mensajero venido a dar un presagio o hacer una petición. En ese caso habría que escucharlo, ¿verdad? ¿Pero y si era, en vez de eso, una criatura maligna y sangrienta? ¿Despiadada, desalmada y desenfrenada, que venía a colonizar la tierra? ¿No habría que sacrificarla antes de que matara toda la vida sobre la tierra? ¿…o sería una prueba? ¿Un obstáculo para dejar una enseñanza, una valiosa lección? Sí, eso podría ser. “Quizás los errados somos los humanos. Unos idiotas que no pueden aceptar la vida en otros planetas sin enloquecer en cuestión de segundos”, se dijo, retrocediendo unos pasos. Sí, eso eran. Ella era parte de eso. Había sido escogida como enviada para hacer contacto y averiguaciones con la criatura y a ella se le había ocurrido descuartizarla y bañarse con su sangre multicolor. ¿Quién era ella para hacer tal cosa? “¡Una estúpida! ¡Una tarada! ¡Una loca desquiciada, perdida y malparida y malcriada! ¡Una animal, una escoria, la peor inmundicia que hubiese puesto su pie en la faz de la tierra! ¡UNA LOCA!” gritó, cortándose entera y viva. Su sangre desparramada por el laboratorio había alcanzado a la criatura, quien poco entendía ya. Para cuando los científicos y oficiales hubieran entrado a su rescate ya era tarde. Se había perforado los globos oculares tantas veces a través de sus anteojos que se había herido profusamente el cerebro y causado una hemorragia fatal.

La doctora murió muy rápidamente, a pesar de todo. La habían tratado de reanimar y brindar atención médica, pero por más que la curaran físicamente, ella había perdido un tornillo en tan solo un segundo. No, era mejor que muriera. Hicieran lo que hicieran ella estaba destinada a morir así, y ya nada podían hacer al respecto. Luego de tanto trabajo, años de servicio y caminos recorridos, al final sus colegas, familiares, amigos…no estuvieron allí para ella. Los que se mantuvieron con ella en su lecho de muerte fueron solo oficiales y personal médico especializado que había ido especialmente ese día. Después de todo lo que ella había dejado en esa tierra y las personas a las cuales conoció, amó y consideró su círculo cercano…quedó tendida allí, al final. Rodeada de extraños en la oscuridad…

FIN.

18 jun 2014

Cuento | 'TRÍPTICO DIRECTO: PARTE 2 - FALSO AMANECER'

TRÍPTICO DIRECTO
por Joel Cavaleri

Tres historias interconectadas inspiradas en temas musicales. Tres acompañamientos textuales, pasados de un formato experimental guión a relato, de tres joyas del productor “Direct”: “Parallax”, “False Dawn” y “Wanna Know You”.

PARTE 2. 
FALSO AMANECER

“Cuando todo se reduzca a la vida y la muerte,
Podrás sentir que no hay nada más.
En vez de amar, confiar y reír, obtienes
 ‘Y vivieron felices por nunca jamás’.
Pero a pesar de todo, lo que quieres es amor
Uno puro, como con el cual todos hemos soñado
Más no podemos escapar de nuestro pasado,
Y nunca lo haremos: vos y yo, nunca funcionamos”.
Marina Diamandis

Estaba en la plaza. Imágenes rápidas de los juegos abandonados, siendo mecidos por el viento, pasaban por el rabillo de su ojo pero ella no les prestaba atención. El sol se dejaba ver entre los árboles, brillaba sobre el rocío del pasto, sobre la fuente y los pájaros que volaban hasta allí para un baño matutino, pero ella caminaba sin que nada de eso le importase. Ese lugar le gustaba mucho, y la hacía sentir bien el hecho de que ahora todo se veía normal y nada macabro como en su sueño la noche anterior. Vaya susto se había pegado, pero ahora no había peligros. Nada se ocultaba detrás de los árboles, ni se asomaba detrás de la pared aquella, llena de grafitis. El camino por el que la muchacha caminaba se dividió cuando llegó a una pequeña esquina, y de repente se detuvo. En otro momento hubiera parecido una tonta, pero no había nadie que la juzgara allí. Consideró sus opciones. Miró para un lado, para el otro, sabiendo y teniendo bien en claro hacia dónde dirigían ambos caminos, pero no dio brazo a torcer. Continuó por el lado en el que venía, impoluta, y caminó con decisión. Alguien esperaba por ella y no podía darse el lujo de tenerlo esperando. No a él.
Cuando llegó a la calle deseada, se sentó en la parada de autobuses y encendió un cigarrillo. Recordando ese momento después, casi se podía ver a ella misma escupiendo el humo, esperando ansiosa, repiqueteando sus pies en el asiento y mirando para un lado y para el otro. El micro no pasaba ese día, ella estaba enterada de ello, pero había acordado encontrarse allí con una persona que ella quería mucho. Se estaba tardando demasiado, a decir verdad. Podría ser lindo, un buen candidato, atento con ella…pero estaba llegando tarde. Ella miró su reloj y luego de nuevo a ambos lados de la calle, pero nadie se asomaba. Luego de unos minutos se puso de pie y se dispuso a caminar, yendo y viniendo delante de la parada.  En un momento se sentó contra la pared del edificio que la precedía, se abrazó sus piernas, agachó su cabeza, hizo todo aquello que se le ocurrió para que el tiempo pasara, para no sentirse mal, para no aceptar la verdad…pero eventualmente tuvo que hacerlo. Si no contestaba y no aparecía, ella no merecía soportar esa humillación mucho tiempo más.
Si alguien la miraba llegar por la calle se encontraría a un demonio furioso, una mujer despechada que no sabía de lo que era capaz si el muchacho en cuestión decidía aparecerse de momento a otro después de aquello. Sus pies la guiaron solos hasta la plaza otra vez. Encontró un mísero banco y allí se plantó con tanta fuerza que pensó haberse herido el coxis, pero el enojo que sentía era peor que todo. Nada más importaba.
Cuando despertó al día siguiente y se desperezó, miró a través de la ventana. No le fue necesario levantarse de la cama para ello, no aún, pero tarde o temprano tuvo que hacerlo. Cuando visitó el baño un momento, se preparó un café en su taza de dimensiones generosas y regresó a la ventana al lado de su cama, se quedó un rato más allí, tranquilamente mirando y esperando que algo pasara. Era un día horrible, pero…no era eso lo que la hacía sentir así. Terminó su taza, se acomodó el no muy arreglado cabello detrás de los hombros y se cruzó de brazos, apoyando el lado derecho de su cuerpo en la cama mientras aún espiaba hacia el exterior. ¿Cuánto más debería soportar todo eso?
Esa tarde volvió a la plaza una vez más. Algo había allí que la hacía sentir mejor. Quizás el solo hecho de salir de su casa y despejarse la reconfortaba, pero no podía imaginarse un lugar mejor que en las viejas hamacas para estar. La pataleada hasta allá de por sí era terapéutica, ni hablar el sentarse en el mismo banco que el día anterior y fumarse otro cigarro por su cuenta, en sus propios tiempos, sin nadie que la molestara. Cuando se hubo hartado fue a hamacarse un poco. Recordó que cuando era niña nunca quería alejarse de ese lugar. Le resultó curioso como ahora solo podía hamacarse lentamente, ya que si lo hacía muy rápido le da daba náuseas. “Hay tantas cosas que cambian cuando uno crece” se dijo, y recordó una muy bella canción con una peculiar letra que decía: “Las chicas con sus rizos y su vómito gourmet; los chicos, sus juguetes y sus grandes cohetes. Todos somos adorables hasta que nos comenzamos a conocer, hasta que dejamos de hacernos amigos y nos hacemos amantes”. En inglés sonaba más bonito, pero el mensaje se dejaba entender. Todo se echaba a perder cuando comenzaba el amor. Que divertido.
Cuando se hartó, lo cual ocurrió y ocurría con facilidad, se levantó y caminó por el amplio espacio verde que había para recorrer y allí se tiró. El césped no estaba húmedo después de todo, y ella jugó a romper una flor y el césped mientras miraba alrededor en busca de alguien que jamás llegaba. Sentirse así la fastidiaba, y no podía permanecer mucho en un solo lugar. El siguiente destino fue una casita con tobogán y un pequeño balcón en dónde poder apoyarse. Era un juego para niños, pero detenerse allí, mirar hacia la lejanía y respirar el aire desde metros más arriba le sirvió.
Al caer la noche ella permaneció allí, sentada en el balcón con sus piernas colgando en el aire y la cara estacionada en un aspecto entre triste y abrumado. Los faroles de la calle cercana a donde ella se encontraba se encendieron de repente, y ella se preguntó si no había estado allí toda la noche. La sorpresiva luz artificial en su rostro le hizo pensar en el comienzo de un nuevo día que no había ocurrido aún; en un falso amanecer. Idiota era poco para describir como se sentía. ¿Por qué se aferraba tanto a una promesa que la experiencia le había enseñado a no creer? El falso amanecer se hizo de nuevo presente cuando el esperado finalmente apareció. Ella no se inmutó al verlo aproximarse, porque a esa altura ya poco le importaba. Disculpas, excusas, plegarias, perdón…era todo tan irreal. Si la quería allí tendría que haber estado, pero en su lugar, la chica había aguardado por él incontables horas y recién ahora tenía la decencia de aparecer. Imperdonable.
El monumento a un antiguo presidente fue su próximo escondite. Él casi la había arrastrado hasta ese lugar con más luz para hablarle de frente y explicarle cosas, pero ella no hizo más que aplicarle la ley del hielo más dura que pudiera interpretar. No intentaba vengarse, no quería hacerlo sufrir, solo no hablar. Ni con él ni con nadie, nunca más. O hasta que su cordura se lo permitiese.
Cuando el verdadero amanecer llegó la mañana siguiente, ella volvió a fijar la vista en la ventana por largos ratos. Una pareja de pájaros siempre acudían a su nido al mismo tiempo, siempre volaban lejos cuando el momento lo decía y siempre regresaban cuando había que hacerlo. No antes, no después, sin mentiras y sin disculpas. ¿Tan difícil era eso?

Se dice que la muchacha partió poco después y jamás regresó a su casa, pero tampoco se la volvió a ver. Podrían esperar sentados si querían hacerlo, pero ella jamás regresaría. Ella sí sabía cumplir sus promesas. Ese no sería otro falso amanecer. 

11 jun 2014

Cuento | 'TRÍPTICO DIRECTO: PARTE 1 - PARALLAX'

TRÍPTICO DIRECTO
por Joel Cavaleri

Tres historias interconectadas inspiradas en temas musicales. Tres acompañamientos textuales, pasados de un formato experimental guión a relato, de tres joyas del productor “Direct”: “Parallax”, “False Dawn” y “Wanna Know You”.


PARTE 1.
 PARALLAX

La noche invernal estaba oscura, y ya era tarde cuando ella salió de su trabajo. Había sido un día agotador, y ella sentía que merecía un largo descanso. No podía esperar hasta llegar a su casa y acostarse. La rutina para cerrar el negocio era siempre la misma. Acomodar todo, cerrar las ventanas, trabar la puerta con llave, y luego era libre para irse. Quitarle el candado a la bicicleta, abrigarse bien, poner la mochila al hombro y algunos de los libros que no entraban allí en el canasto, los auriculares en las frías orejas, y luego salir; siempre lo mismo. Hacía tanto frío que podía ver su propio aliento, y el centro de la ciudad parecía más desolado que de costumbre. Estaba tan tranquilo que ni se molestó por esperar en el semáforo. Todo lo que la retrasara hasta su cama no valía la más mínima pena ni un segundo extra. Aún así, no se esforzaba mucho en pedalear. No quería cansarse, por lo que no le aplicó mucha fuerza a los pies. Mientras la llevaran hacia adelante, ¿para qué habría que sufrir? No, con ese lerdo pero no-pausado andar le bastaba.

La música la distraía y a la vez la mantenía despierta. No era un momento para escuchar nada particularmente movido, sino algo más melódico, tranquilo y sin mucho sentido. Nada que la hiciera pensar, ni recordar, ni hacer sentir mal por no tener un romance como el de las bellas letras de otras canciones en su reproductor. Solo algo en otro idioma, que sonara lindo pero que no pudiera entender ni seguir. No quería saber tampoco cuántas cuadras faltaban o cuántos minutos tardaba en llegar. Nada que la preocupara ni que le demandara algún mínimo esfuerzo. Dobló por dónde siempre y se fue acercando a la plaza. Cuando hacía una noche tan helada y llena de neblina y silencio como esa, la plaza le llamaba. Nunca se consideró masoquista, pero no hay nada malo en querer pasar por algún lado en un momento así, dónde no hay nadie más para disfrutarlo que uno mismo. Nadie que moleste, que señale algo que le guste y a ella no, que resalte algo obvio o que hable cuando uno solo quiere contemplar y no pensar en nada más. Los juegos solos, apenas mecidos por el leve viento, eran como una obra de arte. Casi podía sentir las cadenas de la hamaca heladas y apretadas bajo su puño, la húmeda escalera del tobogán, el quejido de las bisagras del subibaja.

Ese lugar le traía todo tipo de recuerdos. De su infancia, de tardes pasadas junto a sus padres, sus hermanos. De noches de verano en la adolescencia, cuando irían allí con sus amigos solo a pasar el rato. Y de grande, hacía no mucho, reuniéndose con compañeros de la facultad para tirarse un rato en el césped y “leer” o “estudiar” algo de lo mucho que tenían que. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero pronto se borró. ¿Eso que le pareció ver fue verdad? ¿Una sombra se movió detrás de aquellos árboles? Ella pedaleaba ahora por entre los juegos, en un caminito de colores que atravesaba la plaza en diagonal, algo asustada. La sombra se movía rápida, inhumana, casi demoníaca. No podía ser verdaderamente solo una sombra de algo. Era una cosa…con vida. Que la miraba desde un lado, y cuando ella volteaba para ver qué era, volvía a moverse, a transportarse, a posarse y aguardar por ella. La muchacha no se había detenido, consumida por el terror, sino que avanzaba lo más rápido que podía para poder alejarse de allí cuando antes. Pero de repente, algo la hizo detenerse bruscamente. La sombra había decidido posarse justo frente a ella, como una figura humeante, un espectro, una horrible cosa uniforme que no terminaba de materializarse. La bicicleta respondió demasiado bien a los frenos y la llevaron impulsada hacia adelante, haciéndola caer. Los libros se desperdigaron por la pequeña acera y unos fueron a parar al pasto, pero ella estaba preocupada por aquel demonio incorpóreo que se le había detenido a solo unos metros.

Sin embargo, cuando quiso ver si se encontraba allí, se llevó un gran susto al ver que había vuelto a irse. ¿Podría su agotada mente estar jugándole una trampa, una terrible broma? Todo a su alrededor lucía normal ahora. Desolado, frío y vacío, pero corriente. ¿Lo habría imaginado todo? Decidió que no había razón para permanecer un segundo más allí. Recogió todo lo más rápido que pudo mientras echaba constantes miradas hacia todos lados, muerta de miedo, y emprendió viaje de inmediato. Ahora sí contó las cuadras que le faltaban, y se preocupó por pedalear a toda la potencia que le dieron las piernas. Se sentía perseguida, vigilada, asechada, y se imaginaba a la sombra apareciéndose a su lado a cada segundo. Estaba tan sola. Deseaba vivir con alguien en su casa y que la estuviera esperando para confirmarle que la alucinación era por el cansancio y que todo estaría bien. Pero por más que intentara decírselo a ella misma, no podía sentir o imaginarse que todo fuera a estar bien. Tenía miedo como pocas veces había tenido. Su corazón se comportaba como un frenético colibrí en su pecho que quería salir y aleteaba sin cesar, pero ya faltaba poco para que todo terminase.

Una pastilla para dormir, dos quizás, y asunto resuelto. Dormiría con la luz prendida, tapada hasta la cabeza, y todo desaparecía. Ya había pasado, no había porqué sentirse así. Cuando llegó a su casa y entró su bicicleta apurada como si la sombra la estuviese siguiendo aún a solo pasos de distancia, la encontró calentita y familiar, justo lo que necesitaba. Cerró la puerta con doble cerrojo y hasta acercó un sillón allí para reforzar las trabas. Creyó que estaba siendo por demás de paranoica y que al otro día probablemente se reiría de todo, pero en ese momento sentía que todo lo que la alejara del exterior era bienvenido. Ahora sí. Ya estaba, ya había pasado lo peor. A medida que avanzó hacia su cama encendió todas las luces que pudo, y hasta encendió la radio y la dejó bajito para que le hiciera de ruido de fondo. Descalzarse, desvestirse, fue cuestión de un instante. Cuando se acostó, sintió que comenzó a llover. ‘’Genial, más ruido de fondo’’, pensó. Se tomó la pastilla para dormir y procedió a cobijarse lo más que pudo y armarse un refugio bajó las sábanas. Recuerdos de su infancia y haber hecho lo mismo alguna vez le vinieron de repente, pero no se sintió avergonzada esta vez. El calor, la oscuridad, la sensación de protección y sueño hicieron efectos en ella rápidamente.

Despertó a mitad de la noche cuando un fuerte trueno se oyó afuera de su casa y el relámpago iluminó por un momento la habitación. Abrió los ojos y se encontró con que la tormenta había causado un apagón, ya que la música de la radio y las luces de la pieza y la casa estaban apagadas. Se descubrió la cabeza y miró la hora en el teléfono que había dejado sobre la mesa de luz y descubrió que eran las cuatro de la mañana. Cuando otro trueno se dejó oír por el firmamento, la electricidad regresó repentinamente. Ella escuchó la radio volver a funcionar pero no sintonizar ninguna estación y quedarse reproduciendo la estática, y volvió la cabeza de nuevo al lado hacia donde estaba durmiendo, para que su corazón diera un vuelco y sintiera que moriría justo allí. La sombra había reaparecido en un instante y estaba a dos centímetros de su rostro, con aspecto cadavérico entre su borrosa figura. El negro espectro abrió sus fauces, y el cuerpo de la muchacha no le respondió. No pudo cubrirse, no pudo gritar, no pudo evitarlo, no pudo defenderse de ninguna manera ni salir corriendo. La luz de la habitación se desvaneció cuando el monstruo la introdujo en su boca, dentro de sí; y cuando -en esta vez lo hizo de verdad y muy asustada- la penumbra se volvió en tan solo un instante todo aquello que pudo ver, sentir y respirar…


Despertó.