Es con gran alegría y emoción que quiero anunciar que finalmente, y luego de tanta espera, "Los Exploradores del Tiempo 2: El Príncipe de Saturno" se estrenará corregido y disponible para descargar en distintos formatos, para tu computadora, E-Book Reader, y también para leer online, el 20 de Marzo de este año, dentro de tan solo unos 12 días. Una vez publicado, será cuestión de días para poder comenzar a leer su continuación, "La Última Paradoja", y hasta entonces, les dejo el prólogo del tercer libro, y un cuento a continuación que algún día incluiré en alguna compilación (ver lo que pasó con La Metrópolis Ingrávida y Otros Relatos). ¡Nos vemos muy pronto! Disfruten :)
Manicomio Riverside, Paciente 451
Ella dijo: “Mírate, ahí tirada, lastimada, llorando como una perra, sola como nunca has estado en tu vida…y todo por no hacerme caso cuando pudiste. No entiendo porqué le haces caso a él, quien por su experiencia no te da más razones para creerle, para seguirle, sino todo lo contrario. Te dice lo que siente, sin pensar en consecuencias porque es tan estúpido como vos, y le seguís los consejos, le haces caso, como si nada de lo que hubiese sucedido antes te hubiese enseñado a vos o a él nada. Se ven tan patéticos ahí tirados…teniéndolo en tus manos, los dos heridos por su mera incompetencia, los dos lastimados por no haber pensado en las consecuencias…no me dan más que pensar que todo esto que viven se lo merecen enteramente”
La otra se quedó callada, recibiendo insultos sin meter bocado a la conversación porque sabía bien cuánta razón tenía la muchacha en frente suyo que le hablaba y le echaba todas en la cara.
Ella dijo: “Lo peor es que sé que eres tan irracional, tan inmadura y tan necia, tan ciega, tan inútil…que nada de lo que te diga te hará cambiar de parecer, y nada de lo que suceda te hará ver distinto…porque eres porfiada, renegada a más no poder…te preocupas tanto por hacerte feliz a vos misma que olvidas de fijarte en los demás, en lo que sentirán en consecuencia a tus palabras, en lo que harán en consecuencia a tus acciones…no te entiendo”
“Lo racional, lo más humano es aprender de tus errores…tropezar veinte veces con la misma piedra pero eventualmente entender, aceptar e implementar la lección que la vida te dio…y no. Odiosamente vuelves a hacer todo de nuevo, casi como si revivieses la misma historia a propósito…y por más que haga esfuerzo no logro entender porqué lo haces…”
“Me refiero a que, sí…te entiendo, sé lo que hiciste y porqué lo hiciste, sé qué tan lejos estabas dispuesta a llegar y qué tan lejos llegaste…sé lo que hiciste como si yo misma lo hubiese hecho, porque de alguna manera es así, pero…es insensato en todos los sentidos”
Ella dijo: “No tiene sentido… ¡Ya deja de llorar! ¿Qué no ves que ya estás perdida, condenada como la reverenda estúpida qué eres? ¡Deja de sostener entre tus manos a ese estúpido corazón, porque es él el único culpable de todo esto! ¡Es él quien te hizo hacer todo esto y por ningún motivo, por sólo sentirlo, por creer que lo mejor era lastimarte a ti misma, auto flagelarte con esa idiotez que hiciste, en vez de buscar lo mejor para hacer, la solución de la que salieses mejor parada, menos dañada…! Y no…fuiste tan idiota que le hiciste caso”
La muchacha miró su reflejo en el espejo y otra lágrima surcó su rostro. Estaba fría, helada, empapada en lágrimas, desalmada, desecha, lastimada…y siguió insultándose a sí misma. Estaba furiosa, estaba hecha un desastre, estaba tirada en su baño a oscuras, frente al gabinete donde guardaba su cepillo de dientes y sus pinturas pero que ahora yacía en el piso, con todo el contenido esparcido por toda la habitación. El vidrio se había roto, y con él se había cortado la mano y ésta le ardía y sangraba, pero ella solo la mantenía apretada contra su vestido y la tenía inmóvil. “Si pudiera golpearte con mis propias manos…abofetearte y golpearte en la cara…te juro por Dios que lo haría sin dudar”
Y presa en su cárcel mental, solitaria en su prisión de pensamientos, le dijo al otro espejo: “¿Y tú, qué miras?”. Y volteó a la izquierda, y otra muchacha tirada en el piso con sangre en sus manos, ojeras enormes y toda sucia y despeinada la miró también: “¡¿Qué miran?! ¡Dejen de mirarme! ¿Qué soy, un espectáculo para ustedes? ¿No he pasado suficiente, no he sufrido demasiado ya? ¡¿Por qué me hacen esto?!”, sollozó. “¡Yo nunca quise lastimarlo, nunca! ¡No lo hubiera hecho, no lo hubiera pensado nunca! Solo lo sentí y lo hice, ¿estuve mal? ¡¿Estuve mal si por una vez en mi miserable vida intenté no complacer a los demás y solo preocuparme por mí?! ¡¿Estuve mal al matarlo, sabiendo toda la mierda por la que me hizo pasar?! ¡Yo lo amaba, y mira como me dejó! ¡Arruinó mi vida, destrozó todo, me golpeó, me gritó, me hizo sufrir como una condenada y creen que yo soy la que estuvo mal! ¡Él me hizo pelearme con mi familia, me desvió de las cosas que me importaban, hizo que me peleara con mis amigas, me alejó de todo lo que amaba! ¿Cómo mierda fui tan estúpida, cómo mierda me pude haber enamorado de esa basura, cómo carajo pude volver con él después de todo lo que me hizo?”
“¿No me bastó una vez para tener que regresar con ese imbécil, no aprendí nada de sus infidelidades, de sus maltratos, de sus gritos, de que nunca me dejara en paz, de que me haya golpeado, de que me haya hecho quedar como una tarada enfrente de todos y sólo haya bastado con una estúpida disculpa y un horrible anillo falso para convencerme de que estaba arrepentido? ¿Cómo fui tan imbécil, como no lo pude ver, como dejé que todo esto me pasara? ¿Cómo llegué a esta instancia…? ¿Cómo…”, dijo, empezando a calmarse, a dejar de gritar y a caer en la cuenta de algo. “¿Cómo…cómo lo he…cómo he podido…matarlo? ¿Lo…lo maté? ¿Fui yo…? Oh, por Dios…oh, Dios mío, lo maté…lo…yo…maté a mi novio, yo…Oh, Dios, ¿qué mierda hice? ¡¿Qué hice?! ¡¿POR QUÉ?!”, gritó, para que luego su voz se fuese apagando, sus ojos fuesen mareándole la vista, haciéndole perder el equilibrio y haciendo que terminara tirada en el suelo sobre los vidrios, cremas y medicamentos rosados
El piso del baño estaba minado de pastillas rosas. Había ingerido unas cuantas, pero no recordaba cuantas en particular. Ni tampoco sabía qué eran, solo sabía que había tomado algo, que había necesitado medicarse después del incidente. Había dejado todo abajo, sin tocar más nada…había huido de la escena del crimen, como si de esa manera pudiera huir de la verdad, de la cruel y repentina verdad que solo la tenía a ella como victimaria. Había buscado entre sus medicamentos algún antidepresivo, algún calmante…cualquier cosa, y por la incompetencia que traía encima había ingerido una peligrosa cantidad de comprimidos rosas de etiqueta ilegible. Y drogada como estaba, se había puesto a conversar consigo misma hasta caer inconsciente sobre el piso del baño.
La muchacha siguió hablándose consigo misma, imitando y dramatizando su último recuerdo fuera de la prisión blanca hasta el cansancio, hasta el agotamiento físico mayor, ese que la dejaba durmiendo por horas, la despeinaba y la tiraba contra las paredes acolchonadas sin misericordia. Esa locura que la había mandado al manicomio y la había hecho internarse por varios años ya, encerrada sola en su celda blanca, se había apoderado de ella hasta el punto de haber inventado una historia, un recuerdo, y creérselo completamente al punto de pensar que la única razón por la cual se encontraba en el loquero era sólo por haber realmente asesinado a su violento novio. Aunque, extrañamente, no contaba con que alguien como yo finalmente descubriese que verdaderamente su patología era esquizofrenia pura y sin medidas, tal como la mía.
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—Doctora Heinz, ¿cómo se encuentra el paciente? ¿Ha vuelto a hablar? Qué extraño…hace mucho que no lo hacía
—Está narrando otra disparatada historia. Encuentro interesante oírle, sabe. No creo que sea tan loco después de todo, ya que dos por tres encuentro algo de coherencia en sus palabras.
— ¿De verdad lo dice, Doctora? —se preguntó la interna a ella misma dentro de su celda, para luego responderse
—Oh sí, su lógica últimamente es innegable, ha cambiado completamente su visión narrativa por una más cercana a la realidad aunque aún desvaríe un poco
— ¿No cree entonces que está completamente cuerdo? Digo…lo más normal sería inventar una historia ficticia, no narrar su triste realidad
—Vaya, me ha dejado atónita señor…
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—Pobre—dijo ahora la verdadera doctora mirando a la interna por la ventanilla de su puerta, para luego cerrarla y comentar con su compañero—Cada vez está peor. Ahora cree que es una doctora mirando a un paciente que finge ser un escritor narrando los pensamientos de otra paciente…Si sigue así, en unos meses acabará creyendo que es…no lo sé, una animal como las otras, o un objeto inanimado como la paciente 370…
—Quién sabe, señora. Quizás no, quizás mejore…
—No lo creo—le respondió, habiendo caminado por el pasillo hacia otra puerta y abierto la ventanilla para observar a otra paciente—Éstas llevan así mucho tiempo, y ya hace años que están internadas en el Manicomio Riverside. Cuando tú viniste la mayoría de ellas ya estaban aquí como pacientes con antigüedad, ¿no lo recuerdas?
— ¿Doctora Walsh? —preguntó la directora del Internado Mental, acercándose a la joven señorita de delantal, quien se apresuró a escribir las últimas anotaciones en su planilla y caminó hasta su superiora con toda normalidad.
—Señora directora, ¡qué placer verla! Es un bello día, ¿no es así? —le dijo, apoyando una mano en su espalda para desviar su atención hacia la ventana que dejaba ver el radiante sol otoñal—Algo fresco, pero sin una sola nube en el cielo…una hermosa mañana, ¿no lo cree?
—Ah, sí, claro…claro que sí—le respondió ella, sin prestarle atención, interesada más en espiar con dificultad, debido a que la doctora Walsh no se lo quería permitir, el pasillo por el cual ella anduvo antes de que la mandamás del Internado le llamase la atención—Doctora, ¿podría hacerle una pregunta?
—Por supuesto, señora Directora—le contestó, acomodándose los lentes y deslizándose un poco más a la derecha en otro intento de evitar que la otra mirase por detrás de su espalda hacia el pasillo vacío por el cual ella había andado hacía unos momentos revisando las pacientes
La patrona del lugar la tomó por los hombros, acercó su cara a la de la su subordinada y tras zamarrearla un poco y mirarla directo a los ojos, procurando averiguar si ella decidiese de momento a otro mentirle, le gritó:
—No había nadie detrás suyo, ni a su lado, ni en ningún punto alrededor... ¿quiere decirme con quién estaba hablando hasta hace un momento?
FIN.
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