"LA METRÓPOLIS - Parte 1"
Escrito por Andy Coenen, Ben Swardlick y Eric Luttrell
Adaptaciones escritas: Betsey Swardlick & Owen Curtsinger
Arte de portada e Ilustraciones: Chris Blackstock
Traducido por Joel Cavaleri
En un horario inusual para mí para publicar, he aquí la introducción y él primer capítulo de una historia que me he propuesto traducir. Son doce capítulos cortos, que me encantaría poder llegar a traducir en su totalidad. Por ahora les traigo el comienzo. Espero que les sea de su agrado.
INTRODUCCIÓN
Milo raspó un zapato contra los ladrillos, haciendo muecas ligeramente ante la corredera de moho entre el pie y el suelo. Creció en filas ordenadas, el moho, trepando de las grietas llenas de suciedad entre los ladrillos y siguiendo a lo largo de los regulares ángulos rectos hacia arriba y abajo en las calles sucias. Hace mucho tiempo, una ciudad tenía una flor o un árbol para identificarse. Ahora lo único que parecía crecer era moho. Esto le pareció apropiado, a Milo. Una ciudad vieja, con los mayores cultivos, y la única exportación: limo.
— ¿Nos hemos movido en lo absoluto? — dijo él.
—Y eran verdes; verdes, dorados y rojos, dejando vibración en los rayos de sooooool... —el Sr. Laszlo cantó en respuesta. Milo agachó la cabeza para ocultar su sonrisa y negó con la cabeza un poco. Los ancianos amaban cantar "Había Árboles". Él suponía que era diferente si en realidad hubieras visto uno fuera de un libro o un alquiler de videos. O, visto un libro fuera de un alquiler de videos, lo que venía más al caso. El Sr. Laszlo había estado croando la canción en voz baja durante la mayor parte de una hora.
—Usted está en un estado de ánimo alegre—dijo Milo, tratando de no dar a entender lo divertido que lo encontraba. Una multitud de personas cansadas que apenas se desplazaban, a la sombra de la embarcación, tenían sus equipajes por todas partes. El Sr. Laszlo pasó un brazo alrededor de su hombro, casi sacándole el ojo vecino en el proceso, y lo sacudió débilmente, cacareando.
—Lo hemos logrado, Milo. ¡Estamos ahí!
—Aún estamos aquí—dijo Milo—Ni siquiera estamos en la rampa todavía—El Sr. Laszlo tiró de su oreja.
—Es cierto, pero pronto vamos a estar ahí arriba—apuntó a la cubierta superior, imposiblemente alta y aparentemente desierta. La rampa por la que subían (o estarían subiendo, si la línea se moviera) conducía a una cubierta media, el centro mismo del flanco impositivo del barco. —Vamos a ser devorados por el monstruo y expulsados en la tierra prometida.
“Monstruo” era una buena palabra para ella, pensó Milo. El barco era aún más feo de cerca. Se podía ver desde casi cualquier lugar; era más alto que todos edificios de la ciudad. Las noticias de ello habían llegado semanas atrás, una nave se acerca, un barco gigante, que nos llevará lejos de este lugar muerto. A palabras como esperanza, promesa y oportunidad se les había soplado el polvo de encima y cuando el barco había aparecido en el horizonte, todavía tres días antes del atraque, ya brillaban como el oro. A medida que se acercaba, su largo había crecido increíblemente, su sombra se derramaba sobre la costa, y algo sobre la forma en que brillaba había cambiado. Por la noche, las luces en el agua se hicieron menos como velas y más como ojos de insectos. El brillo de los lados metálicos menos como piedras preciosas, más como...caparazones. Cañones. Dientes. Se soltaron en el agua, rechinando, espumeantes. Pero había venido por ellos, y ofrecía lo que nadie más había ofrecido: un escape. Milo se alegró de que fuera fea. Eso significaba que no era un sueño.
Ellos avanzaron hacia adelante y hacia arriba, el ruido metálico y hueco de la rampa medía su progreso. El Sr. Laszlo cantaba despacio; Milo estiró su cuello para ver el punto de entrada. La puerta era un cuadrado perfecto, con un panel de metal negro que se deslizaba al abrir y cerrar. Dos hombres con ropa ajustada negra se pararon frente a ella, con postura rígida, como soldados. Tenían máscaras, también negras, que se extendían a través de la mitad inferior de sus caras. ¿Eran ellos médicos?
—Ya no falta mucho—, dijo el Sr. Laszlo. Milo subió delante de él, vibrando de emoción, casi incapaz de contenerse mientras se acercaban a la parte delantera de la línea. Uno de los hombres de traje negro avanzó hacia ellos, caminando un tramo más corto por debajo de la rampa.
—Vamos a procesar veinte por vez—dijo, y se detuvo en Milo, dándole una palmada en el hombro. —Desde aquí, a través de la puerta, por favor— Él le dio un empujón a Milo por delante de él y comenzó a marchar de nuevo por la rampa hacia arriba. Milo tambaleó ligeramente, mirando hacia atrás.
—Pero, estoy con… ¿no podemos ir juntos?—, preguntó. El hombre lo instó a avanzar hacia la puerta.
—Veinte por vez—dijo, y tocó un cuadrado iluminado al lado del marco de la puerta. La puerta se abrió y empujó a Milo por del umbral.
—Pero…— Milo miró por encima de su hombro, aprensivo. El Sr. Laszlo le asintió.
—Nos vemos adentro—dijo el anciano, y Milo sólo pudo parpadear antes de que la placa negra cortara el espacio entre ellos.
El ruido de la puerta hizo saltar a Milo, haciéndole perder el equilibrio cuando el hombre de traje negro a su lado bruscamente lo hizo girar y lo empujó hacia adelante.
—Sigue la línea. Primero habrá un chequeo inicial, y luego te van a ver hasta tus literas —dijo uno de ellos. Milo tragó saliva y tropezó hacia delante, chocando torpemente a la persona en frente de él. Estaba tan oscuro en el pasillo que apenas podía ver, pero dos hileras de pequeñas luces esbozaron su camino. Brillaban amarillo, luego naranja, luego azul, a intervalos regulares, mientras ellos arrastraban los pies hacia una habitación iluminada al final del corredor. Amarillo...naranja... azul. El corazón de Milo latía con fuerza; el suelo vibraba y todo lo que él podía oír era el rugido de la nave. Amarillo, naranja...La canción del Sr. Laszlo nadó de vuelta a su cabeza. Él no pudo adjuntar ningún significado a esos colores. Vio a un traje negro con una pantalla en mano preguntarle a la chica en la parte delantera de la línea su nombre, la oyó decir “Luma”, antes de que el zumbido de la nave los rozara y los ahogara de nuevo. Una luz en la pantalla de mano brilló amarilla. Milo la vio mover los labios. Una segunda luz, de color azul. Otro traje negro salió de la puerta iluminada y la empujó dentro, fuera de la vista. Milo fue empujado hacia adelante. Preguntas, respuestas, luces, movimientos hacia adelante. La nave rugió más fuerte y la sangre de Milo cantó en sus oídos. Entonces era sólo él, a la luz de la puerta. El traje negro con la pantalla en mano preguntó su nombre. Milo le dijo, temblando. La luz en la pantalla se iluminó amarilla. ¿Eso era bueno o malo?
— ¿Cuántos años tienes?—El traje negro decía.
—Quince—dijo Milo, contrayendo la garganta. La luz brilló naranja. — ¿Qué es…— Pero entonces fue empujado hacia la habitación. Era de color blanco puro y estaba vacía. Sus ojos ardieron ante la claridad repentina. ¿En dónde estaban los otros? El traje negro con la pantalla en mano lo siguió dentro, lo empujó hacia el centro de la habitación y le sostuvo la pantalla frente a su rostro.
—Haz una observación sobre esta habitación y lo díselo a la grabadora—dijo el traje negro. Amarillo, naranja, azul.
—Yo…— Milo carraspeó. Sintió algo frío y metálico presionando contra la parte posterior de su cuello. Él tiró reflexivamente, pero alguien lo mantenía quieto.
—Habla con claridad
Milo no podía pensar. —Yo no quiero morir aquí— dijo. La parte de atrás de su cuello quemó, y las comisuras de su visión se apagaron y pusieron borrosas.
—...La mayoría de la gente dice 'es muy blanca”—oyó murmurar a alguien. Entonces lo levantaron, llevaron, y colocaron sobre una superficie horizontal. Oyó correas, hebillas; no podía sentir nada.
— ¿Dónde le gustaría morir?— Oyó, o creyó oír, antes de que la luz se acercara a su alrededor y él cerrara los ojos ante ella. El resto simplemente pareció gris y esperando.
NO QUIERO MORIR AQUÍ
CAPÍTULO 1: LOS INMIGRANTES
Milo despertó con su propia voz sonando en su oído. Estaba oscuro. Él jadeó, sus pulmones le ardían como si hubiera estado bajo el agua los últimos… ¿cuánto tiempo había pasado? ¿Horas? ¿Meses? Él no podía ver. Alguien lo estaba tirando en posición vertical y luego hacia adelante, con sus piernas perezosas esforzándose por recordar su función. Tropezó con una luz tenue y fue tragado por una masa de cuerpos, con trajes negros contra ellos, todos moviéndose adelante y ligeramente hacia abajo. La cabeza de Milo daba vueltas; sus pies se movieron automáticamente hasta que la luz golpeó sus ojos y ellos se derramaron hacia fuera sobre un vasto muelle de madera, con una costra de sal y restos de aves. Milo se paró en seco. El flujo de personas siguió en torno a él, empujando sus hombros al pasar, pero él levantó la vista hacia el horizonte imponente frente a él y solo se quedó contemplando.
La ciudad estaba destrozada. Mientras que el barco había empequeñecido su casco antiguo, aquí había torres encima de torres, fragmentos mortalmente cortantes y punzantes hacia arriba en el cielo y desapareciendo a nivel del suelo bajo montañas de estructuras dentadas. Tubos y cables sobresalían afuera en todas direcciones, alocados, diseminando la calle, goteando hacia abajo a los lados de los edificios, arrojando vapor y tosiendo ruidos fuertes y neumáticos. Una neblina marrón flotaba en el aire, agrupándose en nubes oscuras que ocultaban las cimas de las más altas torres.
—Sigue moviéndote hacia la sala, por favor—Alguien lo empujó bruscamente por detrás, y Milo fue arrastrado hacia la corriente de nuevo, moviéndose desde el muelle y a través de un arco de piedra ennegrecida por un túnel abovedado. Fueron conducidos a través de una enorme sala abierta, circular, con una cúpula alta de techo y corredores que sobresalían en varias direcciones, como en una estación de tren. Más y más gente se alineó también a la multitud arremolinada y nerviosa, mientras trajes negros vagaban de un lado a otro en grupos de dos y tres.
— ¡Milo!—Una mano agarró la parte posterior de la chaqueta de Milo y éste se volvió para ver al Sr. Laszlo, luciendo demacrado. Milo se lanzó hacia el anciano, quien se rió débilmente y acarició la parte posterior de su cabeza.
—No sabía si lo...— Milo comenzó, para luego tragar— ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Dónde estamos?—El Sr. Laszlo lo empujó suavemente hacia atrás y se aferró a sus hombros.
—No lo sé—dijo, con los ojos muy abiertos y redondos. Su boca hizo alusión a una pequeña sonrisa trémula. —Pero lo logramos, Milo. Nunca vamos a volver. Somos libres. —El Sr. Laszlo sonrió más ampliamente, y luego una bolsa de plástico transparente bajó por encima de su cabeza, y un traje negro tiró del cordón apretandolo alrededor de su cuello.
Milo se quedó sorprendió, congelado por un instante, y cuando se movió para ayudarlo escuchó un “crack”, y un rayo de dolor efervescente fue disparado por su columna vertebral, deteniendo sus extremidades. El Sr. Laszlo estaba arañando la bolsa con los dedos, mientras dos trajes negros lo sujetaban y un tercero cargaba una cápsula en un arma-jeringa. Milo no podía moverse, y un grito gargajeó en la parte posterior de su garganta, apenas audible. La rápida respiración del Sr. Laszlo se empañó contra el plástico, ocultando su rostro aterrorizado. El traje negro con el arma-jeringa empujó la manga del anciano hacia arriba y le disparó en el antebrazo. Sus piernas flaquearon y los otros dos trajes negros lo bajaron y soltaron, pasando por encima de su cuerpo para abalanzarse sobre Milo. Uno sostenía sus brazos y el otro tendía una pantalla de mano sobre él, escaneando algo. Los ojos de Milo se precipitaron locamente. A su alrededor, ésto estaba sucediendo: bolsas bajaban sobre cabezas, la gente sorprendida se quedaba inmóvil, y a todos los rodeaban trajes negros. No tenía ningún sentido. Milo no podía respirar.
El traje negro alejó la pantalla y sacó un grueso cilindro de metal con símbolos en relieve en ambos extremos, uno rojo, uno verde.
—Tiren su cabeza hacia atrás—dijo, se dispuso a imprimir el extremo rojo en el cuello de Milo.
— ¿Qué estás haciendo? Le toca la línea —dijo el otro traje negro.
—No, “genio”. Ya lo probé y sé lo que le toca
—Pero él es demasiado alto
— ¿En serio? Bien, como sea. Será línea, entonces. —El traje negro volteó el cilindro y apretó el otro extremo en el cuello de Milo. Había una pieza con un aguijón como si fuera una aguja, y el traje negro estaba cargando una cápsula en otra arma-jeringa. —Sostenlo hasta que recupere el control de sus piernas—dijo, y disparó en la parte posterior de la mano de Milo. Temblores recorrieron su cuerpo a medida que la parálisis se disipó, y los trajes negros primero lo llevaron y luego dirigieron hacia un pasillo, lejos. Milo se retorció débilmente en sus manos.
—Uste-des ma-taron…—ahogó. En todas partes, trajes negros empujaban y arrastraban personas temblorosas a las salidas, pasando por encima de decenas de cuerpos con bolsas en sus cabezas.
—No están muertos—dijo uno de los trajes negros. —Mira cómo patean — Era verdad, esparcidos como muñecos grotescos y sin rostro, los cuerpos expuestos también temblaban, sacudiéndose al unísono en cierto ritmo desconocido—Están llenos de energía
—Eso es algo bueno, también—dijo el otro traje negro—Hay que mantener las luces encendidas.
—En estos tiempos oscuros—entonaron los trajes al unísono. Milo tosió un sollozo mientras lo empujaban por el pasillo. Para cuando llegaron al final, sus piernas podían sostenerlo y él arrastró los pies, temblando y jadeando, fuera hacia una plaza pública. La multitud estaba igual: aturdidos, desconcertados y temblorosos, con los cuellos estampados de rojo y verde, guiados por los trajes negros y amontonados en el centro de la plaza. Un destello brillante en su cabello llamó la atención de Milo y él vio a un perfil familiar: la chica del barco. “Luma”, recordó aturdido, “amarillo y azul”. Ella miraba, con miedo, hacia algo por encima de ellos. Una mano enguantada de negro tomó a Milo por debajo de la barbilla y lo hizo mirar hacia arriba.
—Veamos si el Rey tiene algo nuevo que decir hoy— dijo una voz detrás de él. Un traje negro cercano resopló en respuesta y se hizo el silencio, al tiempo en que una pantalla en un lado de uno de los edificios en frente de ellos se iluminó y se resolvió en una imagen.
Era el rostro de un hombre, resplandeciente y angular. Su expresión era distante, pero de alguna manera, compasivo, y tenía un aire de elegancia...de control. “De poder” la mente de Milo susurró. El cuello de la chaqueta del hombre estaba adornado - hermoso, pero arcaico, como si fuera un señor en un cuento de hadas. Un rey. Sus ojos brillaron misteriosamente en la pantalla. Él sonrió, y comenzó a hablar: —Mis nuevos ciudadanos—entonó, haciendo esparcir su voz sobre la multitud como una niebla—No tengan miedo
Nadie se movió. Se hizo un silencio total, con todos los ojos sobre la imagen, mientras el discurso continuó.
—Niños heroicos, que han cruzado las para tomar su lugar en el servicio de esta ciudad, su hogar. —La mirada del hombre les suplicó, con los ojos mirando directamente hacia el exterior. —Ustedes son luz—susurró. —Ustedes nos salvarán. Esta ciudad vive y respira porque ustedes trabajan. Ustedes son la sangre en sus venas, ustedes son su latido —Un pulso parecía ser emanado desde la pantalla, y Milo sintió relajarse. El rostro del hombre se concentró, y su tono se hizo más estridente. —En estos tiempos oscuros—dijo—dennos su poder. En estos tiempos oscuros, confíen en mí para usarlo. —Milo dejó escapar el aliento. Se sintió flotando. Se sintió a salvo. —En estos tiempos oscuros, ustedes han encontrado su camino hacia la ciudad de la luz
Un murmullo viajó a través de la multitud, y Milo se sintió optimista y efervescente al tiempo en que el Rey miró hacia abajo sobre ellos, con una leve sonrisa en los labios.
—BIENVENIDOS A LA METRÓPOLIS
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