No crean que olvidé el último regalo.
Gracias por compartir estas navidades con nosotros, y a pesar de que les deseamos feliz navidad, no nos quisimos guiar por una sola festividad, sino que creyentes o no, religiosos o no, festejasen o no estas navidades o alguna fiesta en esta época, quisimos solo desearles felicidad, alegría, amor y buenos momentos, y esperamos que hayan sentido que así lo hacíamos.
El último regalo de Navidades con Los Exploradores del Tiempo, el especial navideño, no podía ser otra cosa que eso: un especial navideño, a "Los Exploradores del Tiempo". Ojala hayan tenido mucha alegría en este día, y ojalá esto les guste, porque lo hicimos con el mismo amor que deseamos que ustedes tuvieran el día de hoy.
Con ustedes, "Feliz Navidad Agustina...Feliz Navidad"
Feliz Navidad, Agustina…Feliz Navidad
Era verano del 2009. Era otra época, eran otras circunstancias, y hasta podría decirse que los involucrados en esta historia vivían otra vida, y hasta eran personas diferentes a las que luego serían. Uno de ellos no había muerto, o quedado en un estado entre la vida y la muerte, esperando paciente e inconscientemente a que el otro volviera de su largo viaje y la despertara de su letargo moribundo. No habían sufrido todo que les tocaría sufrir, y se respiraban aires más felices, mucho mejores, cuando poco los preocupaba, cuando lo peor que les tocaba vivir día a día era un castigo de sus padres, y no una angustia tremenda y una presión agobiante de sentirse obligados a sobrevivir y tener esperanzas en el otro. Ésta era una vida mucho más fácil, mucho más hermosa.
No hacía mucho que se habían puesto de novios, pero ya sentían algo muy potente el uno por el otro. El verano había comenzado hacía tres días, y era la velada de Nochebuena. Como las cenas en esa parte del mundo eran más importantes esa noche que la propia noche misma de Navidad, en el vecindario en dónde vivían Ángel, Tomás e Isabella Grey y dónde cenarían Agustina Liprani y su madre soltera, los preparativos estaban en pleno movimiento. Todos los vecinos de esa cuadra habían cortado la calle, ya que en una ciudad tan pequeña no había problemas en hacerlo siempre que se avisara antes, y habían sacado las mesas afuera, junto con las sillas y la vajilla para todas las familias. En cada casa se preparaba una gran comida, que solo la familia que la había preparado comía, pero el ambiente era muy unido y la distancia que separaba una familia de la otra era ínfima, compartiendo entre todos el sentimiento de cariño y de felicidad que traía la expectativa de la noche.
Los árboles de navidad brillaban a más no poder con sus luces encendidas, titilando ininterrumpidamente, y adornos decoraban las puertas de las casas, las ventanas, y algunos jardines delanteros. La noche era hermosa, estrellada, fresca (todos agradecían este último punto porque el trabajo durante la tarde se había puesto extremadamente denso hacia las cuatro de la tarde) y perfecta para la ocasión. Los castigos que habían sufrido Ángel, Bella y Tomás por escaparse durante las vacaciones de invierno para ir con su tío (lo cuál era la versión oficial, la real era que habían sido arrastrados por el destino para salvar al mundo, viajar en el tiempo y enfrentarse a todo tipo de peligros); habían cesado bastante ahora que las clases habían terminado, pero más se vieron en libertad durante todo ese día. Agustina y su madre, como estaban solas, iban a pasar las navidades con la familia de Ángel y Bella, ya que se habían acercado bastante a ellos desde que los chicos se habían puesto en pareja. Toda la tarde habían estado preparando un balde enorme de ensalada de frutas, postres para la noche, comprado cosas para la mesa dulce, hirviendo verduras para la ensalada rusa, los padres de Ángel y Tomás habían preparado un cerdo para asarlo, y los menores habían descansado de a ratos en la pileta de lona cuando el calor se ponía pesado.
Ángel se había deleitado mirando con mucho cariño a Agustina, quien se había atado el cabello en un alto rodete para despejarse un poco del calor, pero quien hasta transpirada a él le parecía un cuento. Le encantaba descubrirla pelando una fruta o levantando una silla, caminando en frescas ojotas o solo tomando jugo frío cuando la sed se hacía molesta, y sonreírle. Tiempo después, cuando todas aquellas escenas tontas desaparecerían y había posibilidades de que no volvieran a suceder, él las atesoraba, y agradecía haberle plantado un beso aquí y allá, no queriendo parecer molesto pero tampoco permitiendo que en una de esas situaciones cuando él no estaba presente ella se olvidara de él. Tonto había sido pensar que ella hubiera sido capaz de tal cosa alguna vez. Cuando había caído la noche y todos se habían marchado a sus respectivas casas para ducharse, ponerse ropas bonitas y frescas y luego vuelto para recién entonces cortar la calle y poner la mesa, él no esperaba verla tan linda. No se había puesto la gran cosa: era tan solo un short de jean con un detalle bordado, unas zapatillas comunes y una remera rosa también muy femenina que hacía juego con el color del broche con el que se había sujetado el pelo aún húmedo, pero a él le había parecido que estaba hermosa. Al decírselo, ella se sonrojaba y avergonzaba de que él no tuviera reparos en decírselo sin importar quien estuviera presente, pero le había devuelto el cumplido y besado fugazmente antes de ponerse a contar cuántos eran y cuántos cubiertos iban a necesitar para la cena.
Las cenas consistían todos los años en una entrada, el plato principal, el postre, y luego el brindis a medianoche con la mesa dulce (garrapiñada, turrón de navidad, pan dulce, budines, confites, etc), y como generalmente se preparaba más comida de la que se iba a necesitar, las familias se juntaban al otro día para almorzar la gran cantidad de comida que había sobrado. Esa noche todo estaba exquisito, y todos parecían más contentos, la noche parecía brillar más que nunca, los fuegos artificiales lanzados a medianoche eran más espectaculares y coloridos que otros años, todo era mejor, pero solo Ángel parecía percatarse de lo excelente que todo era esa vez. Aunque se le vino a la mente un pensamiento algo descabellado al plantearse la situación: “todo es hermoso porque estás con ella, y ella hace todo hermoso”; no quería sonar demasiado cursi ni tonto diciéndoselo, porque aunque a ella no parecían molestarle sus constantes cumplidos, él temía a cada rato ponerse pesado, adularla demasiado y que no pareciera que lo decía en serio. Por esa razón, no dejó pasar mucho tiempo después de que comenzaran los fuegos artificiales después del brindis a las doce en punto, y distrajo su atención de las luces brillantes en el cielo nocturno tomando su mano. Ella sonrió como cuándo él siempre la sorprendía apareciendo de cualquier lugar y le apretó de regreso la mano con suavidad, plantándose enfrente de él para besarlo.
—Agus…me parece que Papá Noel te dejó ya el regalo abajo del árbol en mi casa—sentenció con una sonrisa burlona, haciéndola reír, pero como ella se había mordido el labio en señal de burla, agregó con un gesto algo más serio: —En serio, vení a ver, dale.
—Ángel, no tengo siete años. Dejá que la hermana de Tomy abra el suyo primero antes de se den cuenta de que en los regalos que “Papá Noel” acaba de poner allí no hay ninguno para mí de parte tuya. Cuando todos abran los regalos, vos vas a abrir el mío y yo voy a abrir el tuyo, esperá un ratito más, ¿sí? —Le dijo, muy tierna. Él le hubiera hecho caso en otra ocasión, porque no podía negársele cuando le hablaba como si fuera un nene de cinco al que le explican que el cielo es azul, pero tenía que reprimir las repentinas ganas de estrujarla contra sí y besarla sin reparo, porque estaban en la vereda alrededor de todos sus familiares y su plan no terminaba así.
—Si no querés venir, no vengas. Pero yo quería que lo hicieras—dijo él, haciendo un puchero solo para ella. Agustina era débil hacia ellos, y usar esa último recurso siempre le indicaba a ella que él de verdad estaba empecinado en lograr lo que quería y, además, que se trataba de algo solo entre ellos, algo personal. Ella rió y le besó el puchero que había hecho su novio con sus labios, y le dijo, de manera que sólo él escuchó, “está bien”. Ángel se aferró más fuerte de su mano pero separó su cuerpo del de ella, para poder guiarla. Se escabulleron entre la muchedumbre que miraba los fuegos artificiales, brindaba y se deseaban los unos a los otros una muy feliz Navidad, y se metieron dentro de la casa. Dejaron la puerta abierta tras ellos, y el chico dejó a su novia esperando al lado del árbol de Navidad. Cuando volvió de su habitación con un paquete detrás de él, no fue a su encuentro, sino que esperó en el comedor a que ella se acercara.
—Pensé que el regalo estaba debajo del árbol…—le espetó, y él le dedicó una muy amplia sonrisa. Era una noche tan hermosa, una Navidad tan especial, inolvidable…
—Está bien, mentí, ¿contenta? —Contestó el muchacho. Ella rió y se acercó a él, esperando, pero él no le iba a dar el regalo allí. —Espera, acá tampoco. Seguime, pero vas a tener que cerrar los ojos un momento—terminó, y ella obedeció, no sin antes dudar.
—Ah, ¿también tengo que cerrar los ojos? —Preguntó, fingiendo miedo con una sonrisa pícara que la delataba, pero finalmente accediendo.
Sin dejar que vea lo que tenía detrás, la volvió a guiar, y esta vez terminaron en el patio trasero de la casa. Ella notó el cambio de aire cuando salieron al exterior, y que dejó de caminar por baldosas para hacerlo en el corto pasto. Siguieron en silencio unos segundos más, hasta que él la puso en posición, se aseguró de que todo fuera perfecto y con la voz más dulce que pudo, le pidió:
—Ábrelos—y bastó solo un vistazo para maravillarla. El chico había logrado decorar la casa del árbol del patio, el árbol en sí y un senderito hasta ella con luces navideñas y adornos dorados y brillantes por doquier. Otra mirada cómplice entre ellos la hizo entender que el regalo se lo iba a dar en lo alto de la casa del árbol, por lo que ella tuvo que adelantarse y subir la escalerita, hecha una niña pequeña y sonriente que parecía estallar de felicidad. Esa mirada era una de las que él jamás olvidaría, por más que pasasen cuantos años quisieran.
Cuando ella entró por la entrada de la casa, agachándose para no hacerse daño en la cabeza ya que el techo no era muy alto y les quedaba chico a ambos, buscó un buen lugar para sentarse con sus piernas cruzadas, de frente a él, y allí se quedó. Y ella esperó que él hiciera lo mismo, ayudándose aún para todo con una sola mano porque con la otra aún mantenía oculto el regalo detrás de su espalda. Finalmente, estando los dos sentados frente a frente, cerca de la ventana de la casita que daba al cielo nocturno, cuando ella estaba tan ansiosa que sus manos temblaban y las comisuras de su boca no daban abasto para seguir agrandando la sonrisa, él habló y le dijo:
— ¿Qué crees que sea mi regalo? —Y al decir eso, ella inmediatamente reemplazó su sonrisa por una mueca de culpa y tristeza.
—Bueno, es seguro que no es una pieza de joyería cara, porque no es tu estilo. Pero va a ser algo tan terriblemente especial y hermoso que ese tintero nuevo y grabado con nuestras iniciales, que viene con tinta dorada, negra azabache y rojo carmesí que te compré, en comparación, va a ser una porquería.
— ¡Hey, arruinaste mi sorpresa! —Le espetó él con su sonrisa compradora que solo a ella le pertenecía. La pluma que Nexoprath le había regalado a él hacía unos meses iría perfecta con el bello regalo de su novia, pero él no estaba para nada angustiado de que le hubiese dicho cuál era su regalo antes de tiempo.
— ¡Y vos mi regalo! ¡Te odio, maldito perfecto! —Mintió ella, riendo. Él sabía que no lo decía en serio, aunque casi le dolió que pronunciara esas palabras. Ese casi dolor quedó completamente olvidado cuando ella le asestó un fugaz beso en sus labios y luego volvió a su posición. —Ya está, ahora sí. Dámelo.
— ¿Por qué tanto apuro? Tenemos toda la noche—dijo él, recostándose un poco hacia atrás y mirando por la ventana, como restándole importancia al bello momento. No lo hubiese dicho si a ella no la hubiese hecho enfadar siquiera un poquito.
— ¡Dale, no seas así, que me pones nerviosa! —Lo retó ella. Su carita suplicante, el pucherito en la boca que ahora le pertenecía a ella y a él era a quien lo hacía ceder, pudo de sobra con Ángel.
—Está bien, está bien…pero vas a tener que cerrar los ojos otra vez—contestó mientras ella obedecía. Sus corazones latían casi al mismo tiempo, uno ansioso, el otro nervioso, los deseando el momento más por lo especial que sabían que sería que por el regalo en sí. Ángel, cuando se hubo asegurado de que ella no estaba espiando, puso frente a ella un paquete más grande de lo que ella esperaba pero no tanto como que no cupiera oculto en su espalda, y acarició su rostro con una mano. Cuando ella lo tomó, le dedicó a su novio una mirada de genuina sorpresa y procedió veloz a abrirlo, rasgando el bello papel en que estaba envuelto sin delicadeza alguna y casi tirando a un lado el moño de su color favorito que el tanto se había tomado el tiempo en ir a buscar. Él rió mientras ella lo hacía, porque estaba seguro de eso era exactamente lo que ella iba hacer. Su rostro cambió cuando ella pudo ver qué había dentro de esa caja, y se puso tan asustada o sobresaltada que pegó un grito que hasta a él preocupó.
— ¡¿Qué, qué pasa?! —Gritó él, verdaderamente desconcertado.
— ¡No! —Dijo ella, mientras miraba el interior de la caja como si hubiera una araña pollito.
— ¡¿Agus, qué pasa?! ¿N0 te gusta? —Le preguntó preocupado. Comenzaba a creer que lo que él quería que fuera una linda sorpresa se había transformado en una escena de terror. ¿No era ese regalo lo que ella había pedido varios años seguidos de pequeña y su madre nunca se lo había podido comprar?
— ¡No podes! —Le contestó ella, sacando un oso de peluche muy hermoso y que parecía nuevo, y tenía sus palmas de color lila, al igual que su trompita y su barriguita. Los ojos se le llenaron de lágrimas al instante y el comprendió que no era que no le gustara el regalo, sino que aún sabiendo que ese regalo iba a ser muy especial, nunca hubiera esperado recibir ese oso tan deseado y que la hacía recordar tanto a su infancia, y seguramente no podía creer que él lo hubiera conseguido. —Es imposible, amor, no lo pudiste haber conseguido…—alcanzó a decir, mientras apretaba su manito y el oso le decía “mamá”.
—Bueno, lo hice, ¿no? ¿O estás viendo una alucinación? —Le dijo él, divertido con la situación. Y pensar que hacía un minuto estaba preocupado. Ella rió al mismo tiempo en que dos gruesas lágrimas le surcaban el rostro y le contestó:
—No, pero lo veo y no lo creo. Esto ni siquiera existe en este tiempo, Ángel. Yo se lo pedía a mi mamá cada año cuando vivíamos en el 2148 pero era demasiado caro y ella nunca me lo podía comprar. Tiene un sensor que mide tus pulsaciones al momento de sostenerlo en tus brazos, y registra tu voz desde un principio, cuando lo tienes por primera vez, por lo que sabe detectar…—empezó con voz emocionada y temblorosa.
—…cuando estás triste y cuando no, y a raíz de ello te canta una melodía, te dice “te quiero” o te pregunta “¿qué sucede, mamá?”, según cómo haya funcionado la vez pasada y según si lo que dijo te hizo reír, llorar de alegría o querer contarle tus problemas. Es verdad, no existe en este tiempo—terminó él, casi orgulloso al decirlo.
— ¿Y entonces cómo lo conseguiste? —Inquirió la muchacha, abrazándolo mientras el osito le decía que la quería mucho.
—Bueno…es que primero no sabía qué regalarte. Y es verdad, no quería que fuera una pieza de joyería ni nada por el estilo. Por eso hablé con tu mamá, y pensamos mucho en algo que te pudiera gustar, y hasta habíamos decidido comprarte otra cosa, pero a ella se le escapó al pasar el hecho de que de chiquita este oso era lo único que querías y nunca lo habías conseguido. Comencé a preguntarle más, sobre cómo conseguirlo, cómo se llamaba, y cuando me dijo que en este año no lo iba a conseguir y aún menos dentro de más de un siglo, supe que necesitaba ayuda. Y tuve que llamar a mi tío en secreto…
— ¿Viajaste hasta el futuro solo para conseguírmelo? —Preguntó ella, enternecida.
— ¡Claro que sí! Hay una carta dentro de la caja, ¿no la viste? —Le respondió, a lo cual ella comenzó a escarbar entre los papeles envoltorios hasta que sacó un papel escrito por personas que ambos conocían, y leyó:
“Querida Agustina:
Nos sorprendió mucho ver a Ángel y Apolo por aquí, creímos que algo malo había pasado y estaban en problemas, pero cuando nos mencionaron que ustedes dos estaban de novios y él quería regalarte algo especial que solo conseguiría en este tiempo, en seguida quisimos ayudarle. Nada de lo que él pueda decirte se va a comparar a todo lo que hizo con tal de encontrar al Osito Emoción. Recorrió tiendas, jugueterías, visitó a fabricantes, porque aparentemente desde hacía unos años, ya que vos habías crecido no lo habrías notado, desde que no se producían más en serie estos osos. Terminó encontrándolo en casa de un coleccionista, y te decimos: no fue nada sencillo lograr que se lo vendiera, pero finalmente lo consiguió.
Tienes un novio increíble, Agus. Un buen amigo, un excelente compañero de aventuras, un guerrero empedernido (sí, esto último nos lo dictó él), pero a pesar de todo, se nota que es mucho mejor como novio que como otro amigo que puedas tener, ¡así que no lo dejes ir!
Esperamos que vos, Ángel, Bella, Tomás y sus familias tengan unas muy lindas navidades, y que puedan estar rodeados de alegría y amor. Les deseamos lo mejor desde aquí, y esperamos volver a verlos muy, muy pronto…
Con amor,
Luz, Luna, Lían y familia Mist
P.D.: Conseguimos que tus amigas de este tiempo se creyesen que te habías mudado a otro país. No creímos que fueran a tragarse todo eso de mudarse al pasado y…ni hablar de la aventura que vivimos, ¡pero te mandan saludos y esperan que estés muy bien! Seguro que podrán encontrarse en algún otro momento.”
— ¿Y, qué tal? —Le preguntó el ansioso. Sabía que le encantaba pero necesitaba oírlo de su boca, de esos labios, con esa voz…que saliera de ella.
— ¡¿Qué “qué tal”?! —Preguntó sonriendo, aún con los ojos vidriosos, para luego agregar mucho más melosa, enternecida y emocionada. —Me encanta, amor. No creí que pudieras ser tan atento o conseguir algo tan especial, por mucha fe que te haya tenido. Te había creído capaz de todo, pero nunca de algo así. Y si se entera Tomás probablemente se reiría y se burlaría de vos—agregó, haciendo que él fuera quien riera esta vez—pero a mí me encanta, amor. Es muy especial…al igual que vos…
—Y al igual que lo nuestro, ¿no? —Preguntó él cuando ella había dejado la frase inconclusa para acercársele y besarlo. Al detenerse y oírlo decir eso, ella sonrió aún más, y dejó el osito a un lado para tomar a su novio del cuello y prenderse a sus labios. Solo se despegó de él cuando se oyeron muchos fuegos artificiales que iluminaban el cielo y llenaban de colores la única habitación de la casa del árbol.
—Sí, mi amor, al igual que lo nuestro. Feliz Navidad angelito mío—contestó ella, notando que él hasta había puesto muérdago por todo el techo de la casita pero no sintiéndose obligada por la tradición a besarlo, sino haciéndolo porque ella en realidad así lo quería y deseaba demostrar a través de sus labios, si es que podía, cuánto lo amaba.
Antes de que los fuegos terminaran ya y de cerrar el bello momento con un prolongado y dulce beso lleno de amor; cuando la luz seguía entrando por la ventana a tonalidades variadas, él le dedicó unas sencillas palabras que creía, cuando recordaba esa noche meses después, que ya no pronunciaría aunque le hubiese encantado volver a hacerlo por muchos años más, y cuando lo dijo, pareció que los fuegos artificiales estallaron no con más estruendo, sino más luz, belleza, y adornando el cielo estrellado con hermosos colores solo para ellos.
—Feliz Navidad Agustina…Feliz Navidad.
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