¡Buenos días, exploradores!
¡Hoy es el día del tercer regalo, si señor! El tercer día del mes nos indica que es tiempo para, de nuevo, el tercer presente del especial navideño "Navidades con Los Exploradores del Tiempo", ¿y saben qué he decidido traerles el día de hoy? Pues hoy, Diciembre 3 del 2013, el obsequio es un cuento nunca publicado, no quizás tan largo que como hubiese querido, pero que me deja lo suficientemente satisfecho como para afirmar que seguramente me hubiese ocupado de hacerle a este relato un lugar en mi libro si hubiese decidido recolectar material para una nueva compilación, un proyecto que aún tendrá que esperar.
Disfruta a continuación del primer cuento inédito publicado en el especial y uno de los más serios y, por decirlo de una manera, terroríficos que hice en mi vida, pero que espero encuentres al menos un poco interesante. ¡Aquí está el nuevo regalo!
3° DE DICIEMBRE:
CUENTO
Génesis
Era un vasto mar rojo el que se
extendía enfrente de la playa desolada. Las aguas estaban calmas como si un
frío mortal hubiese congelado todo el océano, pero en realidad hacía mucho que
el viento no regalaba una mísera brisa en el mundo. La arena no tenía pisadas,
como si alguna vez la marea hubiese borrado todas ellas y ya no hubiese quien
recorriera la costa de la mano de su amada, de su amado, con un amigo o con su
familia. Las rocas mostraban señas de alguna vez haber sido besadas por las aguas
de ese rojizo cuerpo de agua, pero hacía tiempo que habían quedado secas y solo
quedaba la marca de por dónde alguna vez el mar había crecido.
No tenían basura esas aguas,
estaban completamente limpias, como si hubiese pasado ya mucho tiempo desde que
alguien hubiese arrojado algo a ellas, dándole la libertad a la naturaleza de
que trabajase y degradase todo lo ajeno en el período que creyera conveniente.
Tampoco había nada en la arena, como si el mar todo se hubiese encargado de
barrer y hacer desaparecer con el correr de los años. Había una calma
entrañable en el ambiente que solo se perturbaba con el crujido furioso de los
truenos y relámpagos, lejanos por donde terminaba el horizonte.
El océano inmóvil reflejaba cual
espejo el cielo cargado de nubes rojas, pero no parecía ser esa la razón por la
que las aguas tenían esa peculiar tonalidad. Había una franja por donde la
marea habría subido alguna vez y había dejado allí pruebas de un hecho
desconcertante, inverosímil, improbable: lo que teñía el océano no eran algas
en descomposición, ni un elemento químico producto de la degradación de basura,
ni nada parecido…ni tampoco era, según podía comprobarse, verdaderamente agua
eso que coloreó las arenas, eso que besó las rocas, eso que reflejaba los
relámpagos y truenos en el horizonte…sino sangre.
Quién fuera capaz de entender
cómo había sucedido…cómo el océano se había evaporado y dejado en su lugar un
mar de sangre para que éste perdurase en el tiempo y fuese su reemplazante
durante todos esos años. Y con ese conocimiento, ¿cómo, se preguntará el
lector, habrá sido posible que se descompusiesen los desechos humanos que
usualmente se tiraban antes y tardaron cientos, miles de años en deshacerse si
no había agua, ni por ende peces ni bacterias salvo glóbulos rojos, blancos y
plaquetas en las entrañas microscópicas de la composición de ese océano?
La respuesta apareció un día como
si nada. Como si el mundo no hubiese estado desolado desde hacía quién sabía
cuánto tiempo, como si ningún apocalipsis hubiese terminado para siempre con la
humanidad, como si hasta los Dioses no se hubiesen olvidado de aquel mundo que
alguna vez alojó su más perfecta pero más imbécil creación de todas…como si su
mera y repentina existencia no desafiara el juicio de cualquier explicación
científica, teológica, biológica y astronómica…como si no estuviese marcando el
inicio de quizás de una nueva era, el reinicio de la vida en la Tierra, el
final de la soledad absoluta en los confines del tercer planeta del sistema
solar. Así, ese andrógino ser humano, excepción a todas las reglas, antítesis
de la lógica, enemigo de la razón, emergió del océano.
Asomó su calva cabeza, su par de
ojos de irises grises, su nariz casi perfecta, sus labios, que no tardó en
abrir en un gesto de inspiración que pareció simulado, aunque no emitió nota de
voz alguna. Su cuello desnudo sin nuez asomó erguido, y luego sus hombros
angostos, y su pecho sin pezones. Su espalda escurrió sangre por el espacio
entre sus omóplatos, y su cintura sin órganos reproductores recibió a las
piernas sin un solo vello, logrando así pararse sin mostrar pies en el suelo
arenoso debajo del mar rojo. Él, o ella, miró fijo al infinito desierto que se
le habría majestuoso, interminable en frente, y no dudó en caminar decido hacia
él. El horizonte escondía un sol que había crecido mucho en esos centenares de
años tras las nubes rojas que ahora el océano reflejaba intermitente, pero el
primer ser humano nacido cual Adán o Eva en ese valle de soledad, no lo pensó.
Ni tampoco lo hicieron los demás que
comenzaron a salir desde el mismo lugar, esas infernales y misteriosas aguas
envenenadas en su totalidad por el líquido vital de los cuerpos de quién sabe
qué criaturas. Todas esas figuras se asemejaron al primero como si hubiesen
sido copias de él las que emergían del océano de sangre, y todas al salir
comenzaban a caminar detrás del líder enfilados hacia el horizonte infinito a
paso aletargado. El mar barrió las olas de fluido espeso hasta la playa como
había hecho una vez y coloreó de nuevo la costa de rojo carmesí, como si la
naturaleza hubiese dado a luz por segunda vez a los seres humanos y la playa se
hubiese manchado producto de ello.
La tierra fue testigo del génesis
de los segundos pobladores que pronto se desarrollarían y procrearían una nueva
generación de seres humanos, distintos a todos los que habían pisado el planeta
alguna vez…o al menos, eso pareció que era lo que pasaría, pero cualquiera que
hubiese sido testigo de ese inesperado nacimiento hubiese visto segundos
después horrorizado el acontecimiento que le siguió a aquella escena.
La primera criatura sin género se
volteó luego de mirar tras su hombros a sus compañeros, y corrió cual león
hambriento hasta la yugular de uno de de ellos, tiñendo su cuerpo, el de su
víctima y la arena bajo sus pies de rubíes líquidos. Y los demás no ofrecieron
resistencia ni parecieron percatarse de las intenciones del líder hasta que
éste terminó por degollarlos a todos. Sus ojos, alguna vez pacíficos, no eran
ahora más que dos llamaradas que reflejaban la sangre en sus manos y la ira que
fluía por su cuerpo. Sin embargo todas estas emociones, tan repentinamente como
vinieron, desparecieron de momento a otro.
La andrógina criatura siguió
caminando por el desierto en dirección contraria al mar que habría propiciado
su nacimiento, y por un largo tramo no volteó hacia atrás, si es que no volvió
a jamás hacerlo. Siguió su camino, decidido, con la conciencia tranquila, como
si nada hubiese pasado, como si no hubiese sido un ejemplo de cómo la humanidad
se auto-destruye en muchos sentidos, y los perpetradores no sienten el menor
remordimiento de ello, como si aquél acto caníbal no reflejase las acciones que
toman personas a costa del sufrimiento de los demás, en un egoísta acto que no
hace más que probar su falsa superioridad, su ineptitud y carencia de
sentimientos.
Y pudieron haber pasado miles de
años, pudieron haberse despoblado los continentes, pudo morir todo rastro de
vida en la Tierra, pudo calentarse y oxidarse con el correr de los años,
pudieron haberse evaporado los océanos y dejado un mar de muerte y desolación
que no fue movido por una sola brisa en tantísimos siglos, pudieron haberse
regenerado los genes humanos y dar origen a una nueva especie, un nuevo eslabón
en la cadena Newton-Darwiniana, y puede también morir éste nuevo ser humano y
pasar no mil, un millón de años de años más para que nazca otro ser humano
diferente…pero eso no cambiaría nada. El primero mataría al segundo solo por
haber nacido después de él, y así haría con todos los demás. La naturaleza
humana es como todas las demás, invencible, y nada dará génesis a otra cosa que
no sea eso, una sociedad auto-destructiva, completamente ciega y sorda pero con
la voz suficiente para hacer estragos, engañar a los subordinados y ganar
inservibles papeles pintados a cambio de ello, a costa del sufrimiento
invisible pero corpóreo de los inocentes y los impotentes.
Y eso, desafortunadamente, es
algo que no cambiará jamás.
...
¡FELICES NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO!
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