16 dic 2015

#EspecialNavideño2015 - DÍA 16


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La decadencia y la dolencia,
del proyecto que empezó su trayecto
que del error devino en horror,
y que por aceleración 
cayó en infraproducción.

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DÍA 16

INFRAPRODUCCIÓN

El proyecto en sí, al principio, les sonó a todo el mundo una excelente idea. Hasta a mí me pareció y me sigue pareciendo muy eficaz, y eso que veo los desastrosos resultados que produjo. Estuvo mal ejecutado, muy mal; pero en teoría era una salvación, una solución a muchísimos problemas. Pero nadie recuerda eso ahora. Hay quienes seguimos defendiendo el proyecto a muerte, ¿pero quién nos va hacer caso ahora?

Era simple la cuestión. Uno utilizaba el aparato como un anotador, haciéndose una promesa de trabajo así mismo, y luego viajaba al pasado para hacerlo. Por ejemplo: un carpintero digitalizaba una petición de tres horas de trabajo, y las obtenía de inmediato. Aquel proyecto que tanto necesitaba terminar aparecía finalizado de un segundo a otro. En el futuro, él tendría que trabajar por ello, pero en un principio estaba todo bien. Era como pedir un préstamo, en el cuál te daban la suma de horas de trabajo que desearas, y luego las pagarías en su debido momento, cuando pudieses. Hubo gente prudente, por supuesto, pero contados con los dedos. Lo ideal era pedir poco, para que no se volviera tedioso devolverlo. Como cuando uno pide dinero, tal cual. Pero la gente se aprovechó, por supuesto. 

Unos pocos lo utilizaban solo en casos de extrema necesidad, y trabajaban esas horas prestadas los domingos, uno por mes o así. Entonces, se aseguraban de tener durante cuatro semanas, ocho horas de trabajo “prestadas” y luego trabajarlas un domingo por mes. Así, era una técnica muy interesante. El doctor tenía tiempo de descansar entre cirugías, el profesor se daba el lujo de dormir una hora más. Si estabas organizado, llevabas buena cuenta de lo que te habías pedido a ti mismo hacer, era un lujo. Pero por supuesto, llegó el tiempo en que mucha gente comenzó a pedir horas trabajadas y dejó de trabajar. “Todo se paga en vida” les advertíamos algunos, pero nadie quería escuchar. Era sencillo ser su propio esclavo, pensar “sí, en algún momento lo haré”, pero por algo está el dicho “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.

El tema era que uno no veía el déficit. Nadie trabajaba, pero en realidad sí lo hacía. No faltaban a trabajar, sino que pedían horas prestadas a su futuro yo y él (o ella) se las otorgaba. La gente se endeudaba de trabajo, por la calle corrían rumores de que había personas que tenían años de servicios acumulados. ¡Personas jóvenes, como si necesitaran un descanso! No, fue un desastre. Pero el verdadero boom fue cuando un endeudado cayó muerto antes de cumplir sus horas. Cáncer, dijeron. Los creadores de semejante invención debieron prevenir que estas cosas podrían pasar, que habría gente que se pasaría de lista. Pero no lo hicieron, y los demás tuvimos que pagar los platos rotos. Y encima, por ley.

Primero, la gente se dividía la deuda familiar en horas iguales para todos los miembros. Cuando nadie tenía la culpa porque el fallecido no tenía familiares, nacieron los voluntarios. Gente sin trabajo, a los que le pagaban por cumplir horas en el pasado. Esos fueron los años de balance…la calma antes de la tormenta, podríamos decir. O el entretiempo, quizás. Fue cuestión de tiempo para que estos voluntarios se empezaran a cansar también. Y claro, pidieron horas prestadas para cubrir horas prestadas. Allí el mundo cayó en infraproducción. Dejaban sus trabajos en el presente para cubrir las deudas en el pasado, pero todos ya se habían gastado la paga por esas horas. Nadie había ahorrado para ese día lluvioso, y fue el puto diluvio universal.

La gente se la pasaba trabajando gratis, para cubrir las necesidades del pasado. Y lo más lindo de todo es que nadie aprendía. Obvio, la gente con dos dedos de frente dejó de usar el proyecto…pero eran minoría. Todos sabemos que la estupidez está en la colectividad. Así fue como sucedió. Morían exhaustos, pero nadie podía despedir a los que estaban pagando sus deudas. Es más, en realidad nadie quería echar a nadie en las empresas, porque sería como despedir a un empleado al que ya le pagaste por adelantado tres, cinco, diez años de trabajo. 

Era un caos, y la población se deterioraba, se partía el lomo pagando los platos rotos suyos, los de sus familiares, sus parejas, sus amigos, o los que no les correspondían ni por cercanía. El espíritu de la población decaía. La gente si podía hacer turnos de diez, doce horas todos los días los hacía. Y más también, si no eran demandantes físicamente. Pero así se estresaban también. Fue la época de los infartos múltiples, los comas, las muertes súbitas. 

La población se diezmaba, y todo por pagar “la deuda externa”, como le decían en broma. Externa porque cuando no era de uno, la había hecho una persona muy diferente a ellos mismos: sus yo del pasado, irreverentes, estúpidos, impulsivos. Y hasta el más simple de los trabajos terminaba siendo un castigo. Parecía broma que después de tanto descanso llegara esa época de puro laburo, pero era así. Y no tenía fin. 

Las cosas se salieron de control. Llegó un punto en donde la cantidad de personas vivas en el mundo no alcanzaría a cumplir las horas de trabajo ni aunque se pasaran todas sus tristes vidas –reducidas en expectativa unos cuantos años- trabajando. Ese fue el punto de inflexión. Lo llamaron una anomalía física, o algo así. La ruptura del espacio-tiempo, la paradoja haciendo implosión, la imposibilidad haciéndose posible y destruyendo el universo a su paso. Tuvo muchos nombres…pero fue un holocausto.

—Y ese fue el fin—terminó el anciano, acariciando su barba, pensativo. Sus ojos estaban perdidos en el horizonte, donde el cielo purpúreo y el desierto de arena turquesa se perdían en una línea brillante. Las lunas eran lo único que alumbraba su pipa esa noche.

— ¿Y cómo sobreviviste? —preguntó su público desde la nada misma.

—No lo hicimos. Ninguno lo hizo. El precio todavía tiene que ser pagado.

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