3 dic 2015

#EspecialNavideño2015 - DÍA 3


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Un sueño...
el ingreso en el tablero 
para hallarse a la mitad del juego. 
La incomprensión de las reglas, 
el trágico malentendido.
 Ese es mi Campo de batalla. 
Un sueño.

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DÍA 3

Campo de batalla

El grupo de jóvenes era grande, diverso, y como no podía ser de otra forma, conflictivo. Aún así, había cierta armonía que se intentaba respetar debido a que estaban, como suele decirse, todos en el mismo barco. Iban por un monte, habiéndose alejado un poco de la ciudad, y estaba bastante fresco afuera. El destino de su travesía lo desconocían, y el nerviosismo se potenciaba gracias al hecho de que estaban en el medio de una noche oscura, iluminándose los unos a los otros con sus celulares e impulsándose con la adrenalina que el corriente momento les causaba a todos. Era de vital importancia que todos llegaran con aspecto presentable, ya que les habían dicho que alguien los esperaba para algo muy especial. Eso era lo que más desencajaba con todo.

Cuando llegaron a un claro más iluminado, se encontraron ante lo que semejaba un hotel de paso, una construcción de carácter formal para la manera en que les habían pedido ir vestidos. El más valiente, o más metido de todos, dependiendo de cómo se lo mirara, fue tanto quien golpeó la puerta cómo quien entró primero ante el inmediato recibimiento. Una larga serie de sillas estaban dispuestas contra la pared y en un pequeño islote en el medio de la habitación, en un costado de la cuál había una secretaria detrás de su escritorio observándolos a todos. Habían aguardado tanto para llegar a una sala de espera, y no hubo más remedio que sentarse a esperar.

Mirando las aburridas pinturas en las paredes se encontraba Laura, claramente más preocupada que todos sus compañeros juntos. La seriedad del lugar, la pinta del recepcionista y la secretaria…solo podía significar una cosa: los habían traído de improvisto a una entrevista de trabajo. Todos habían atendido a la consigna de vestirse para la ocasión, pero ella obviamente no. Nadie había tenido la decencia de avisarle ese pequeño detalle. Estaba demasiado casual, demasiado relajada por fuera, aún cuando se sintiera un manojo de nervios en su interior. ¿Qué podría hacer? Todo había resultado demasiado rápido, y nada tenía explicación.

Los que entraban no volvían a salir. Se extinguían en algún punto en el cuarto de al lado, cuando les hacían una pregunta que no sabían responder o sus cabezas estallaban ante la ansiedad de la entrevista. Esa era la única explicación lógica. Resultaría más inverosímil el hecho de que hubiera otra puerta que la idea de que fallecieran en combate. Ellos, pobres soldados a punto de ir a la guerra, no podían más que rogarle a Dios por una absolución que los dejara bien parados ante el comité enemigo. Y entre todo eso estaba Laura, la miserable muchacha a la que nadie le había avisado que había que vestirse bien. 

En sus reflexiones previas a la entrada, sintió una mezcla bastante colorida de sensaciones, entre las que estaban el infaltable odio, el irremediable miedo, el ineludible estupor; y luego, habiéndose demorado pero llegado justo a tiempo, la razón. Su salvadora. Estaba todo tan claro ahora. Tendría que ser natural, hablar con propiedad, ser educada pero a la vez arriesgada, complacer pero no al punto de rebajarse. Debía demostrar que era capaz para ese puesto de trabajo, aún así hubiera ido vestida como una hippie roñosa, o cualquier otra interpretación que pudiera habérsele hecho a su atuendo. La estética era lo de menos, ellos seguramente valorarían sus saberes, su inteligencia y su experiencia profesional. Sí, eso era. No necesitaría nada más.

Cuando su momento llegó, habiendo fracasado todos los demás, es obvio que a ella también le fue fatal. Y mientras fallecía recordó, por última vez, su paradoja favorita, la de Chesterton: “Una vez conocí a dos hombres que estaban tan completamente de acuerdo que, lógicamente, uno mató al otro".

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